31 de octubre de 1994
Habían pasado los años, Susan y Aro
seguían viéndose en el bosque, seguían paseando juntos con Ali,
aunque éste ya había crecido. Hoy era el cumpleaños de Susan, y su
madre le había preparado una tarta de chocolate y vainilla, con unos
cuantos profiteroles. Susan había estado recogiendo florecillas
durante toda la semana, y las había guardado todas a buen recaudo en
uno de los floreros de su habitación, se las iba a regalar a Aro, ya
que él también le había prometido un regalo para ese día. Después
de remojar por última vez todo el conjunto de flores, agarró un
plástico y las precintó con él, como si de un ramo de novia se
tratase. No le quedó perfecto, pero ella quedó satisfecha con su
trabajo. Bajó a la cocina y allí estaba Lily, junto a Michael, su
marido.
—Lily...
no sé si podemos permitirnos esto...
—Claro
que sí, Michael, no digas bobadas.
—No
son bobadas, no llegamos a fin de mes... Esto no es bueno para Susan.
—Por
eso mismo, Michael. Es normal que te paguen tan poco. En Aquila
Foresta no hay casi trabajo... Es un pueblucho de porquería... Ni
siquiera hay colegios estables. Susan necesita buenos estudios. Ya
sabes... Conocer nuevos amigos.
—¿Sigue
empeñada en su amigo imaginario?...
—Así
es. Y no es ese el futuro que quiero para nuestra hija, Michael. ¿Qué
mejor regalo que mudarnos de ciudad? —Michael chistó a su mujer.
—Mira
ahí está... —dijo en voz baja—. ¡Cariño! ¡¿Cómo está mi
pequeña florecilla?! —Michael corrió hacia Susan y la elevó en
sus brazos, dando vueltas sobre sí mismo—. Felicidades, mi pequeña
—Lily contempló la escena con una sonrisa tierna.
—¡Gracias
papá! —Michael la soltó con cuidado en el suelo, y Susan corrió
hacia Lily.
—¡Felicidades,
cariño! —dijo Lily con entusiasmo—. Ven, siéntate aquí.
Tenemos una sorpresita para ti —Lily miró a su marido, y asintió
guiñándole un ojo, indicándole que todo saldría bien.
—Cariño...
quiero que sepas que esto es solo temporal... Hasta que papá
encuentre un buen trabajo, ¿sí?
—¿Qué?...
¿Por qué dices eso papi?... —Preguntó Susan un tanto angustiada.
—Papá
y yo hemos decidido que tu regalo sea mudarnos, hija... ¿Siempre
quisiste vivir en Arizona, verdad?
—Como
ya he dicho antes, eso será sólo provisional, Susan... —Interrumpió
Michael.
—O
no —contradijo Lily.
—S...
sí... —Susan sonrió forzosamente—. Me... me parece muy bien...
—Pero entonces le llegaron miles de imágenes y pensamientos en los
que Aro estaba siempre presente. ¿Debería dejarlo todo e irse a
California? ¿Dejar para siempre su amistad con Aro, su mejor y único
amigo?
—No
hay más remedio, querido —insistió la madre— además, Susan...
Allí te lo pasarás genial. Conocerás nuevos amigos, podrás ir a
una mejor escuela...
—Nuevos
amigos... —Repitió Susan con pesar.
—¿Por
qué no le preguntas a Aro si quiere venir con nosotros? —añadió
Michael. Lily le miró con recelo y negó seria.
—¡Sí!
Puedo preguntarle hoy...
—Claro
que sí, pequeña... —continuó Michael sin hacer caso de las
miradas inquisidoras de su mujer, acariciando la cabeza de Susan.
—Bueno,
te prometí que si te terminabas todos los espaguetis te prepararía
tu postre preferido, y como has cumplido, yo también lo he hecho
—Lily se dio la vuelta y sacó de la nevera una bandeja con la
tarta. La dejó sobre la mesa con entusiasmo y después sacó un
plato repleto de profiteroles.
—¡Profiteroles!
¡Gracias mamá! —Los ojos de Susan se abrieron de par en par.
—¿Le
dejarás uno a papá? —Dijo Michael, poniéndole morritos a su
hija.
—¡No!
—bromeó Susan.
—¡¿No
vas a dejarle ni uno a tu pobre papaíto?! ¡Eso está muy mal! ¡Muy
pero que muy mal!
—¡Estaba
bromeando! —Dijo Susan con una risilla.
—Lo
sé, pequeña... —Sonrió su padre.
—Michael,
procura que Susan llegue antes de las 20:00. El avión sale a las
22:00 y tenemos que estar una hora antes en el aeropuerto. Voy a
preparar las maletas —Michael asintió, mientras sujetaba a Susan
en su regazo.
—Mira
papá —dijo Susan mientras introducía un trozo de tarta de
chocolate en su boca, y se llenaba los dientes de cacao. Sonrió con
amplitud para mostrárselos y juntos rieron—. ¡Mira, parece que no
tengo dientes!, ¿verdad?
—Pareces
una bruja malvada... —Dijo Michael añadiendo un matiz espeluznante
a su voz. Susan continuó bromeando, y untó la cara de su padre con
el chocolate, se persiguieron el uno al otro por toda la casa,
jugando como si fueran los dos niños pequeños—. Susan... si
quieres salir un rato a pasear... —Miró su reloj—. Que sea
ahora. Tienes que volver antes de las 20:00, como dijo mamá. ¿De
acuerdo?
—¡Vale,
papá!
—Pero
antes lávate los dientes. Que mira cómo te los has puesto... —Dijo
su padre riendo levemente. Susan asintió también con una pequeña
carcajada. Se lavó los dientes tan rápido como pudo, subió a su
habitación, cogió el ramo de flores y bajó de nuevo hasta la
entrada.
—¡Adiós,
papá!
—¡Cariño!
—Interrumpió el padre. Se asomó a la puerta y frunció el
entrecejo, confuso—. ¿Para quién es ese ramo de flores?
—Oh...
¿esto? Es para Aro, papá. ¡Él también va a regalarme algo!
—¿Ah
sí?... —Dijo dubitativo el padre—. Bien, bueno... Diviértete...
Y recuerda: antes de las 20:00, eh. No me hagas salir a buscarte.
—Sí
papá... —Respondió Susan con pesadez. Salió, cerró la puerta
con vigor y corrió contenta hasta el interior del bosque, donde de
costumbre quedaba con su compañero Aro. Llegaba con una hora de
antelación, y sabía que tendría que esperarle allí. Tenía buenas
y malas noticias. Se iría, pero ya tenía pensado convencerle para
que él también viajase junto a ella. Tenía esas esperanzas, y ya
se imaginaba sentada en el avión junto a su mejor amigo contándole
historias como de costumbre. Podía imaginar sus risas en el avión,
y como la azafata les reñía por armar escándalo. Sin darse cuenta,
ya estaba a punto de llegar al prado en el que siempre se
encontraban, cuando volvió a escuchar el grito de siempre... Pero
esta vez era la voz de un hombre. Miró de un lado a otro y se
decidió a investigar de dónde procedía aquel grito. Corrió
aplastando las hojas otoñales que el tiempo había dejado caer de
los árboles que rodeaban aquel bosque, hacía frío. Finales de
octubre, y lo más importante, Halloween... Todo el poblado estaba
decorado con calabazas y adornos con esqueletos, calaveras,
fantasmas, etc. Susan pensó por un momento, que aquel grito se debía
a algún grupo de niños que habían asustado a un hombre. Pero era
muy improbable que un hombre con aquella voz tan grave se hubiese
asustado por unos críos. El corazón de Susan latió con más
intensidad al toparse con un cuerpo en el suelo, y una figura vestida
de negro, con una casaca negra tapando la mitad del hombre que yacía
tirado en la húmeda hierva del bosque. Dio uno pasos hacia atrás y
se quedó perpleja, sin saber cómo reaccionar. Chocó con uno de los
troncos que le rodeaban y lo hizo crujir. Aquella silueta
encapuchada, se giró con rabia, soltando un gruñido, se retiró el
capuchón, y en aquel momento, Susan sintió como su corazón se
detenía por momentos. Los labios empapados en sangre de aquel
hombre, que para ella eran perfectamente reconocibles, acababan de
captar la atención de la pequeña. Su vista se desvió
momentáneamente hacia el cuello de la víctima de aquel hombre
encapuchado, y finalmente se atrevió a mirarle a los ojos. Bajó la
mirada frunciendo el entrecejo y curvando los labios. Por la forma
que tomaron las fracciones de su cara, se podía apreciar a simple
vista que estaba a punto de romper a llorar. Estaba asustada. Su
mejor amigo no era quien parecía ser...
—Susan...
¿qué haces aquí?... —Dijo Aro intimidado mientras se limpiaba
rápidamente los restos de sangre con la manga de su toga.
—Vete...
—Dijo Susan con una voz temblorosa.
—Susan...
escúchame, pequeña...
—¡NO!
—Gritó Susan.
—Por
favor, pequeña... Escúch... —Susan interrumpió.
—¡No
quiero escucharte! ¡Tú has matado a ese hombre! Y todos los gritos
que se escuchaban siempre eran por tu culpa. Tú mataste a todas esas
mujeres...
—Tiene
una explicación, mi niña... —Aro se acercó a Susan estirando
también su brazo para acariciarla.
—¡No!
¡Cállate! —Susan lanzó al suelo el ramo que con tanto esmero
había elaborado para él, y echó a correr pensando en todas
aquellas historias que Aro le contaba. Todas tenían sentido ahora...
Él era el vampiro de esas leyendas. Todo ese tiempo había estado en
peligro constante por su culpa. Podría
haberme matado a mí... Pensaba
Susan una y otra vez mientras corría envuelta en llantos y lágrimas.
Hoy
podría haber sido yo la víctima... Y no hubiese vuelto a ver a mis
padres... Ni a Ali... Negó
varias veces sin dejar de correr, pero las palabras de Aro aún
seguían resonando en su pequeña cabeza. “Era
un hombre de piel fría, y apresaba a mujeres y hombres para que
fuesen sus servidores.” “Nunca quiso ser lo que era, pero no
tenía más remedio.” “Bebía oleadas de rubís y carmesís
vinos...” “Así pues se mantenía fuerte. Era el encargado de
vigilar a todos sus descendientes.” Antes
de que se diera cuenta, ya estaba de nuevo frente a su casa, allí
estaba Ali, que corrió a por ella al verla sollozando. Ladró un par
de veces y Michael salió a ver lo que ocurría.
—¿Qué
ocurre Ali? —Se asomó al porche, y allí vio a Susan corriendo
hacia él.
—¡Papá!
—dijo sollozando.
—¡Susan!
—continuó preocupado su padre mientras la cogía en brazos y
apoyaba su mejilla en la cabeza de la pequeña—. Ya está mi
cielo... ya está... Estás con papá... ¿Qué ha pasado hija
mía?...
—No quiero volver a verle más... —dijo Susan con una voz entrecortada por el llanto.
—No quiero volver a verle más... —dijo Susan con una voz entrecortada por el llanto.
—¿A
quién, cariño?... —Susan no contestó—. Vamos dentro...
—Michael acarició el cabello de Susan y entraron los tres en
casa—. Ali, vamos... Sabes que Lily no te deja estar dentro de
casa.
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—Papá
déjale aquí... —dijo Susan tartamudeando. Su padre la miró y se
dejó cautivar por su llanto.
—De
acuerdo...
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¿Vas a contarme qué ha pasado? —Susan negó cabizbaja—. Ya
veo... Han sobrado unos cuantos profiteroles. ¿Quieres unos pocos?
Mamá no tardará y cuando estemos en el avión no te dejarán
comerlos. —Susan volvió a negar. Después de la escena que acababa
de ver, no tenía ningunas ganas de comer nada—. Bueno... Si
quieres sube con Ali a tu habitación. Mamá ya ha hecho tus maletas,
pero sube por si acaso se le ha olvidado algún juguete. —Esta vez
Susan asintió, y se levantó de la silla de la cocina para ir hasta
su habitación. Ali la seguía. Se quedó en su habitación en
silencio, decepcionada.
—Menudo
cumpleaños... —Dijo consternada— no pensé que sería así... Yo
lo había imaginado bonito... —Suspiró y se sentó en su cama. La
acarició, y se tumbó lentamente sobre ella. Intentó asumir que esa
sería la última vez que lo hacía. Cerró los ojos, pero le seguía
viendo a él, a sus labios repletos de sangre
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Se levantó débilmente, y rebuscó en sus cajones, habían unas
cuantas fotografías de cuando ella era más pequeña. Cogió una de
ellas, y se quedó mirándola.
—¡Susan!
¡Baja! ¡Mamá ya está aquí! —Gritó su padre desde el porche.
—¡Voy!
—Dijo Susan. Fue a coger las demás fotos, las sacó del cajón y
las colocó encima de la mesa.
—¡Date
prisa o llegaremos tarde!
—¡Sí,
papá! —Se quedó mirando las fotos, pero solo le dio tiempo a
llevarse la que tenía en la mano. Bajó rápidamente junto a Ali, y
se montó en el coche. Se quedó cautivada observando cómo se iban
alejando de su hogar. Su vecina la señora Brown, sacudía la mano
despidiéndose de ellos. Susan hizo lo mismo, con una sonrisa
inapreciable. La señora Brown era una mujer anciana, de cabellos
blancos y desordenados. Se quedó observando el coche hasta que
desapareció detrás de los árboles, y se alejó de la ventana.
Alguien llamó de repente a su puerta. Mostrando un gran entusiasmo.
—Ya
va... ¡ya va!... —dijo con una anciana voz. Abrió la puerta, allí
estaba un hombre de cabellos oscuros y recogidos. De una tez pálida
y cetrina—. ¿Quién es usted? —preguntó extrañada.
—¿Dónde
está Susan? ¡Sé que usted sabe dónde está!
—¿Qué?
No sé quién es usted, váyase... —La anciana fue a cerrar la
puerta, pero éste la detuvo.
—Le
he dicho... que dónde está Susan... Y... le aseguro que más le
vale que me lo diga... —Le miró con frialdad, y una pizca de odio.
—La
familia Adams se acaba de ir.
—¿Irse?
¿Irse a dónde?
—Eso
no puedo decírselo. ¿Quién demonios es usted? —lo miró de
arriba a abajo.
—¡Por
favor tiene que decírmelo! —Agarró los hombros de la anciana,
ocasionádole un fuerte dolor, casi sin darse cuenta.
—¡Le
he dicho que no lo sé! ¡Suélteme o llamaré a la policía!
—Forcejeó la anciana.
—Por
favor... Dígame al menos si volverán... —Aro la soltó, y bajó
la mirada rendido.
—¡No
volverán! ¡Se han ido para siempre! Y no me extraña con la de
locos que hay por este pueblo. ¡Acabaré mudándome yo también!
—Pegó un portazo y cerró con cerrojo, aunque se quedó observando
por la mirilla. El hombre que acababa de aporrear la puerta se había
quedado aún más pálido de lo que ya estaba. Se quedó cabizbajo
frente a la puerta, hundido y mustio. A los minutos reaccionó,
apretando los dientes. Temblaba de la rabia, miró la rendija de la
puerta por la que la señora Brown estaba acechándole, y ésta se
hizo hacia atrás, apartándose lentamente asustada. Aro se alejó
lleno de ira, y fue hacia la casa de Susan. Aporreó la puerta con
cólera, pero no obtuvo respuesta.
—¡ABRE,
SUSAN! ¡ABRE LA PUERTA! —Gritó, pero continuó sin contestación.
Bajó la mirada con enojo y tiró la puerta abajo de una patada. La
anciana vigilaba todo desde su ventana, y al ver cómo ese hombre
rompía la puerta, corrió a llamar a la policía. Mientras tanto,
Aro subió las escaleras con furor y rapidez. La puerta de la
habitación de Susan estaba entrecerrada. La abrió de un manotazo, e
incluso se abolló con la pared al chocar. Entró colérico y avanzó
hasta su armario, lo partió en dos partes, y lanzó las puertas
esparciéndolas por la habitación. Gruñía y gritaba con rencor.
Giró su rostro hacia la ventana y se quedó pensativo, apoyando las
manos en el escritorio. Comenzó a sollozar por primera vez en muchos
siglos, y bajó la mirada. Las lágrimas resbalaban por sus frías y
pálidas mejillas formando un caminito mojado. Abrió los ojos y se
encontró con tres fotografías. Las cogió e hizo un montón. Las
pasó una a una, y el ver aquellas imágenes, ocasionó que su llanto
aumentase y fuera incluso más doloroso...
Acarició el rostro de Susan y sonrió tristemente. Desvió su mirada hacia la
carretera, unas sirenas policíacas se escuchaban llegar. Aquella
odiosa mujer... Apretó
los puños y guardó las fotos en su túnica. Atravesó la ventana, y
se introdujo rápidamente en el bosque.
¡Bravo! Me ha encantado este capitulo, por el momento es uno de los que más me ha gustado *-*
ResponderEliminarEspero con ansias el próximo capítulo