lunes, 9 de septiembre de 2013

Capítulo 6 ~ Provocaciones

La campana sonó despejando los pensamientos que tan rápidamente se habían acoplado en mi mente. Por suerte la hoja de mi libreta no estaba vacía —del todo—. Tenía un par de apuntes y unos cuantos dibujos de alas y pájaros detrás de éstos. Pude mostrarle mis apuntes al profesor Jackson, que me miró no del todo conforme. ¿Se verían los dibujos transparentados?
Supuse que si me dejó marchar, fue porque era mi primer día, así que no le di más vueltas y salí del aula pensando en una única cosa:
—Hola de nuevo, señorita Adams... 
Exactamente en eso... Aquella voz... Aquella ominosa y detestable voz. No tardé mucho en detectar el olor a tabaco. Y por la fuerza del hedor, me atrevería a afirmar que acababa de terminar de fumarse uno de esos pestilentes cigarros.
—Ho-hola —elevé la barbilla apretando los labios, sintiéndome un poco cohibida. No sólo por su voz que intimidaba, sino por el tufo a tabaco.
—¿Ocurre algo, señorita?
—¿Qué? ¿Por qué lo dices? —comencé a caminar.
—Tu tono de voz me lo ha revelado —me siguió, con las manos en los bolsillos.
—No deberías hacerle caso a mi tono de voz. Hago teatro, ¿sabes? Puedo hacerte creer lo que a mí me apetezca.
—Uuh... —dijo dándole un toque fantasmal—. Qué miedo me da, señorita...
—¿Te importaría dejar de llamarme señorita? Es algo... incómodo.
Levantó las manos.
—Como usted mande.
Me giré.
—No. Tampoco me trates de usted. Tutéame, te doy permiso —sonreí.
—¿Permiso? http://i602.photobucket.com/albums/tt104/demigrrl/jon%20kortajarena/tumblr_lfavzabE2Q1qc04l9o1_400-1.gif
—Así es. Permiso —sonreí leve.
—Bueno... supongo que en eso mandas tú... http://i.imgur.com/3O41O.gif
—Oye... ¿Te importaría?... —miré su cigarro.
—¿Te molesta el humo?
—Sí... Y a ti también debería molestarte... Es asqueroso —achiqué los ojos y fruncí el entrecejo. El olor ya me había llegado. Era nauseabundo.
—Perdona. No lo sabía.
—Ya. Ya sé que no lo sabías. Pero ahora que lo sabes.., —volví a mirar su cigarro—, ¿te importaría apagarlo?
—¿Qué más te da si el que se lo está fumando soy yo?
—¿Qué? —pregunté desconcertada y alterada. Ese chico me ponía de los nervios—. Si fumas a mi lado me conviertes en fumadora pasiva. 
—¿Debería sentirme culpable? http://25.media.tumblr.com/tumblr_l6ts7yF5sS1qzfdvco1_500.gif
Rodé los ojos.
—Mira... Haz lo que quieras —le miré con desprecio y me alejé a un paso rápido. Él se quedó atrás, continuando con su amado cigarro.
A pesar de que me había ido con tanta seguridad de que, verdaderamente quería marcHarme, no fue así. Me arrepentí a los pocos segundos. ¿Acaso te apetece estar con ese idiota? Vamos, Susan... ¡Ni siquiera lo conoces! Avancé por un pasillo, en busca de la cafetería.  http://29.media.tumblr.com/tumblr_lw1al3xsVX1qaackno1_400.gifFinalmente, escuché unos pasos acelerados a mis espaldas. Se volvió a incorporar a mi marcha.
—¿Por qué te molesta tanto?
Guardé silencio, pese a que estaba deseando hablarle.
—¿No vas a dirigirme la palabra? —rió. http://29.media.tumblr.com/tumblr_lq7nitw32s1qcm2x8o2_500.gif
—Me molesta porque el olor es asqueroso. Deja mal olor en la ropa y en el pelo. Se acopla a todo. Y encima es dañino. No sé por qué lo consumes... Pagas para matarte a ti mismo. Es... estúpido —fruncí el entrecejo.
—Creo que tienes toda la razón en eso... http://31.media.tumblr.com/29c0338b0df1a306fe8f568cc44df840/tumblr_mq5ml8yLKN1r00jioo1_500.gif
—¿Y si crees que la tengo, por qué fumas? —me detuve en seco, y le miré seria. Esperando una respuesta.
—Bueno... —se encogió de hombros—, supongo que ya no hay vuelta atrás. Es difícil dejarlo.
—Si no hubieras empezado no tendrías que dejarlo ahora.
—¿Tú no tienes ningún vicio, o qué? —dijo con una sonrisa traviesa.
—Lo cierto es que ahora mismo, no.
—Eso no es cierto. Todo el mundo tiene algún vicio. No tiene por qué ser perjudicial.
—Todos los vicios son perjudiciales. Al igual que todo en exceso es dañino.
—¿Siempre buscas tener razón?
—Intento tenerla siempre, sí.
Se quedó en silencio. Continué caminando hasta llegar a la cafetería. Estaba abarrotada, y yo estaba hambrienta. Agudicé el oído y noté la ausencia de ruido a mi lado. Intenté mirarle de soslayo, pero no estaba. Me giré sorprendida. Se había ido sin avisar. Me quedé boquiabierta, detenida en medio de la cafetería atónita. ¿Cómo se puede tener tanto descaro? Definitivamente, ese idiota era más maleducado de lo que pensaba. Busqué con la mirada un lugar en el que sentarme, pero todos los puestos estaban ocupados ya. Me acerqué al mostrador y me llevé en una bandeja una porción de pizza de jamón y queso, con unas cerezas de postre, y un agua fría. Salí de la cafetería, era como una especie de camping con mesas y ese tipo de cosas. Al parecer había más gente fuera que dentro. Por un día que hacía sol en Forks, quería disfrutarlo. Ser la nueva no estaba siendo tan incómodo como me imaginaba... Al menos la gente no me rehuye. Sonreí de lado mientras cogía asiento en una de las mesas vacías de fuera. La pizza tenía un olor delicioso, y tuve prisa por comérmela, temiendo que pudiera enfriarse por el viento que había a mi al rededor, así que le di un mordisco. Para mi infortunio, la pizza estaba ardiendo, por lo que me quemé la lengua y parte del labio con el queso fundido. Apreté los labios y me aparté rápidamente la pizza de la boca. Bufé intentando enfriarlo, pero yo ya me había quemado, y odiaba esa sensación. Sentí que alguien tenía la mirada posada en mí a lo lejos, por lo que levanté la vista con delicadeza y disimulo para comprobar quién era. 

Cómo no... Era Kevin. Comiendo... ¿una manzana? Sí que se cuidaba ese tipo... http://i1235.photobucket.com/albums/ff421/lypsou/Jon%20Kortajarena%20Gifs/Sans-titre-23.gif http://25.media.tumblr.com/c719a442ec6b27fff497c0f43e7d38f7/tumblr_mmfoc1KklY1s50p4ro1_500.gif En cuanto se percató de que noté su mirada, él apartó la suya. Me di la vuelta, aunque sentía aún sus ojos clavados en mi espalda. Levanté la vista de la bandeja y solté un leve suspiro. El césped crujió levemente, y supuse que se trataba de él, acercándose.

—Hola.
Por desgracia no me equivocaba... Guardé silencio, sin contestarle. Aunque eso me costó. Sus facciones se curvaron en un gesto confuso.
—¿Hola?
Continué sin abrir la boca. Dedicándome a dar pequeños sorbos a la botella que tenía en frente. Aún fría por suerte.
—¿No me hablas o qué? —dijo divertido. Tomó asiento y se cruzó de brazos, mirándome.
Levanté la vista y ésta vez sí le miré. Pero volví a desviarla. Su gesto se torció, ahora tornándose serio.
—Eso no es muy educado por tu parte —se atrevió a comentar.
—¿Disculpa?
Sonrió al ver por fin una reacción.
—Sólo he dicho la verdad.
—¿Por qué iba yo a comportarme con cortesía cuando antes te has ido sin avisar siquiera? Me has dejado hablando sola.
—No estabas hablando.
—Imagina que sí.
—En ese caso hubiera avisado.
—Mientes —le miré.
—Yo nunca miento.
—Acabas de hacerlo —arquee una ceja.
—Quién sabe http://26.media.tumblr.com/tumblr_lg0t4cvYIr1qbgivgo1_500.gif
—¿Eres modelo? —inquirí.
Se giró y me miró sorprendido por aquel giro trascendental que adquirió la conversación.
—¿Modelo?
—Sí.
—¿Qué? ¿Por qué lo preguntas? http://i602.photobucket.com/albums/tt104/demigrrl/jon%20kortajarena/tumblr_lfavzabE2Q1qc04l9o1_400-1.gif
—Eres el único chico del instituto que come manzanas en lugar de pizza o esas cosas... —no quise añadir el hecho de lo terriblemente guapo que era. Eso me lo reservé para mí.
—No. No soy... modelo http://25.media.tumblr.com/4c06af4026585256ffe8a38397b65842/tumblr_msmquta2KV1s5cnbqo1_400.gif
—Vaya... pues... hubiera jurado que sí.
Sonrió.
—¿Vas a decirme por qué te fuiste antes?
—Tuve que irme http://data.whicdn.com/images/60505151/large.gif  
—¿Ah sí? ¿Y eso por qué?
—Tuve que ocuparme de unos asuntos personales. Nada fuera de lo normal. No le des importancia.



Asentí.
—¿Puedo pues preguntarte yo por qué te importó tanto que me fuera?
—No, no puedes... Aunque creo que acabas de hacerlo. 
Enarcó una ceja.
—No me gusta que me dejen con la palabra en la boca. Es de mala educación irse sin avisar, ¿sabes?
—Es divertido verte enfadada.
Alcé una ceja, incrédula.
—¿Disculpa? —pregunté molesta.
—Me divierte verte enfadada.
—Eso es porque aún no me has visto enfadada de verdad.
—¿Te veré algún día?
—Lo dudo —me levanté.
Encendió otro cigarro.
—¿Lo haces adrede? —pregunté mientras me giraba y le miraba con hastío.
No contestó. Mi mirada se perdió en el humo que desprendían sus labios, http://24.media.tumblr.com/tumblr_mdm4elWcyq1qb7ikeo1_500.gif y poco tiempo después, ya pude sentir el ominoso hedor que desprendía.
—Pues disfruta de la contaminación —me levanté enfadada, y me fui. Por suerte la alarma acababa de sonar. Saqué el horario de mi bolsillo y lo desdoblé—. Hmm... ¿Literatura? En el segundo piso... Aula 18 —me puse a caminar tan rápido como me fue posible, no tenía ganas de encontrarme otra vez con aquel energúmeno. Al llegar a clase, el profesor estaba solo, sentado en su mesa. Al parecer éste profesor llega antes que los alumnos... Me dije a mí misma. Entré y caminé hacia las mesas del fondo, donde más tranquila estaba. 



lunes, 2 de septiembre de 2013

Capítulo 5 ~ "La nueva"

La ventana se había cerrado en toda mi cara y yo tan solo pude resbalarme en el suelo. La goma del zapato estaba empapada, y chirriaba en el suelo ocasionando un molesto ruido. Por suerte me agarré a tiempo del mármol que había justo debajo de aquella odiosa ventana que acaba de cerrarme el pico. Recuperé la respiración —o al menos eso intenté—, y tras el último suspiro, abrí los ojos y me quedé frente a la ventana. Posé mis nudillos sobre ella y apreté el puño, meditando en esa elección. Toca, Susan. Toca y suplica que te atiendan... Me aconsejé a mi misma, en un arduo intento de convencerme. Los alumnos paseaban a mi al rededor, sin prestarme más atención de la que yo les prestaba a ellos. Bufé y sin pensármelo dos veces más, toqué con insistencia al duro y grueso cristal. Se podía ver en el interior como la secretaria, vestida de un color rosa muy llamativo, preparaba unos papeles y hacía caso omiso de mis advertencias. Tenía el cabello marrón oscuro, y llevaba unas gafas de pasta de color negras. No era muy alta, y parecía no ser demasiado vieja. Debería tener unos 35 años, más o menos. Me aclaré la garganta y me atreví a decir:
—Disculpe. Sé que... sé que llego... —miré mi reloj, echándole un rápido vistazo—3 minutos tarde, pero.... —la mujer, ni si quiera se giró. Tan solo añadió:
—Está cerrado —vaya... de eso ya me había dado yo cuenta... Murmuré.
—Lo sé, pero... Escuche, hoy era el último día para entregar ésto y... Bueno, digamos que necesito la vacante.
—¿De veras? Si tanto la necesitaba ¿por qué no llegó puntual? —ordenó unos papeles, pero continuó sin girarse.
—¿Disculpe? A... acabo de tener un accidente —dije con un tono enfadado.
—Anda... esa excusa no me la habían puesto antes... Oh, espera... Sí. Sí que me la pusieron. Hace un año, creo recordar.
—¡Eh! —volví a tocar con más insistencia, y con un tono más duro—, ¿puede prestarme siquiera un minuto de su valiosa atención? —pronuncié con sarcasmo.
—Lo haré en cuanto usted muestre un ápice de educación e interés. 
Me mordí la lengua para no soltarle ninguna barbaridad. Apreté los puños y conté mentalmente: 1... 2... 2 y medio... Susan, relájate, vamos... No puedes ir por ahí gritándole a la gente.
—Disculpe. Pero llevo esperando años para entrar a éste instituto. Y de veras he tenido un accidente. Es más, mire.
Me aparté un mechón de pelo de la frente y giré mi rostro hacia la izquierda. Aproximándose a la sien, había una profunda herida, y aún quedaban restos de sangre, puesto que no había podido limpiármela antes. La secretaría esta vez sí se giró, y me contempló con asombro.
—Vaya... Parece grave. Tenemos una enfermería. Debería pasarse por allí después.
—¿Entonces me atenderá? —dije con una sonrisa de excitación.
—A ver esos papeles... —dijo sin más remedio. Abrí la bandolera y los saqué para entregárselos.
—Oh, y... tenga, la foto.
Saqué de mi bolsillo una foto de tamaño carnet y la dejé sobre el mostrador. Había tenido suerte esta vez. La secretaria observó los papeles y los marcó con un sello. Después fotocopió uno de ellos y me lo entregó.
—Bienvenida al instituto de Forks, señorita Adams.
—Muchísimas gracias, de verdad —guardé el papel en la bandolera y le pregunté:— Disculpe... ¿Podría decirme el día que puedo comenzar con las clases?
—Hoy mismo si así lo desea. Espere un segundo —se giró y rebuscó en unas carpetas, agarró un bolígrafo que se ataba a una goma elástica en la misma mesa, y lo estiró para tachar unas casillas—. Me temo que su tutor es el señor Jackson. Busque el aula 15 y pregunte por él. Entréguele éstos papeles y él sabrá qué hacer. Y ahora, si no le importa, me retiro.
—Está bien, muchas gracias —añadí.
—Ha sido un placer. Hasta pronto.
Salió de la secretaria cogiendo su abrigo, bolso y llaves, y cerró. Me di la vuelta contenta por fin de poder asistir a un instituto decente —o al menos el único que había en el pueblo—. Me detuve de golpe al escuchar otra vez la voz de aquella mujer, y me giré para mirarla y no darle la espalda.
—Pásese por la enfermería. Ese golpe no pinta nada bien...
Me dedicó una fugaz sonrisa y se marchó. Yo asentí, devolviéndole una débil sonrisa no muy perceptible. Me di la vuelta para continuar mi camino. Qué mujer más extraña... No hacía ni 10 minutos estaba de un humor inaguantable, y de golpe y porrazo, se ha convertido en la mujer más encantadora y amable del instituto... Ojeaba el papel y los carteles en los que se plasmaba el número de las aulas, intentando encontrar la número 15. Los pasillos estaban casi desiertos. Ya había tocado el aviso y todos los alumnos se habían introducido ya en sus respectivas clases. Al fin divisé el ominoso letrero con el número 15. Me detuve frente a la puerta y suspiré intentando tranquilizarme. Decidida posé mis nudillos sobre la puerta y tardé unos segundos en reaccionar. Cuando al fin me vi dispuesta a golpear la puerta, una voz masculina me interrumpió.
—¡Espera Jennifer!
Me giré sorprendida, al ver que sí se dirigía a mí.
—Creo que te has equivocado...
Se alarmó ruborizándose en cuanto me giré.
—¡Oh! ¡Perdona!... —se tapó la boca—. Pensé que... Bueno tienes el mismo pelo que...
—No importa, tranquilo —le sonreí.
No tenía ni idea de cómo se llamaba aquel chico, pero me había quedado completamente petrificada con su pelo. Era completamente negro y brillante. Parecía tener un kilo de gomina. Lo llevaba hacia arriba, con una cresta que le quedaba asombrosamente bien. Tenía los ojos oscuros y una piel casi tan pálida como la mía. Vestía con una camisa negra con la estampa de Kiss. Uno de mis grupos de música preferidos después de ACDC. Sus pantalones también eran negros, y parecían un poco desgastados. Dejé de observarle, y me dediqué a escuchar sus preguntas.
—¿Eres nueva? —preguntó.
—Sí. Acabo de inscribirme hace... 5 minutos aproximadamente —reí.
—Vaya... No suelen venir muchos alumnos nuevos...
—Lo sé... Es una oportunidad única, la verdad... Esto... llego tarde —estiré mi mano y la posé sobre el pomo de la puerta, pero él me detuvo.
—Oh, permíteme —abrió la puerta. Y entramos. El olor de aquella clase era una bomba atómica para mis fosas nasales. Tenía un olfato demasiado bueno, y podía husmear casi cada partícula de mal olor que había encerrada allí. Al entrar todos nos miraron. Me quedé agazapada a su lado, avergonzada por notar miles de miradas fijas en mí. El profesor se quedó mirándonos y al final dijo:
—Llega tarde señor Boyd.
El profesor Jackson era un hombre mayor. De unos 50 años aproximadamente. Tenía un pelo canoso y grisáceo. Aunque podía distinguirse que años atrás lucía un cabello negro azabache. Sus ojos eran azules, y vestía con unos pantalones de lino de color marrones, junto con una camisa blanca y una corbata bastante hortera. Su voz era ronca y grave. Por no hablar de su perfume tan fuerte. 
—Pensé que eso no era una novedad, profesor —contestó el muchacho de los pelos de punta. La clase rió ante su comentario. Y yo por el contrario, me sorprendí.
—No comience con sus idioteces. Siéntese en su puesto y cierre el pico durante los 37 minutos restantes que quedan de clase.
—¡Sí, señor! ¡De acuerdo, señor! —simuló estar en la mili. Reprimí una risa. El profesor rodó los ojos y me miró.
—¿Quién es usted, señorita? —arqueó la ceja.
—Oh, disculpe. Mi nombre es Susan. Susan Adams. La secretaria me dio ésto para usted —introduje mi mano en la bandolera y saqué los papeles para entregárselos. Éste los ojeó.
—Vaya... ¿Usted es la alumna que sustituye al señor Roxburgh?
—No sé cómo se llamaba, pero sí... creo que sí.
—Sin duda —no despegó su vista de los folios—. Bien, pues... Siéntese... —ésta vez sí levantó la vista y la dirigió por la clase—, ahí mismo. 
Señaló una mesa al fondo de la clase, curiosamente muy cercana a la del alumno que acababa de encontrarme fuera y que le había vacilado al profesor de aquella forma tan cínica. Me senté y pude sentir como éste me miraba fijamente, con descaro. Pude detectar un nauseabundo olor a tabaco. Fruncí el entrecejo y arrugué la nariz, incómoda por aquella sensación que tan poco me gustaba. Me removí en el asiento, con desagrado. De verdad que odiaba ese olor. Para mi disgusto, pude ver a través del rabillo del ojo, cómo el muchacho estiraba su cuello hacia mí, y empezaba a susurrar. 
—Señorita Adams... —chistó. 
—¿S-sí? —intenté reprimir las ganas de gritarle que por favor se alejara de mi rostro. Maldito tabaco... 
—Oh, nada. Sólo me quería presentar a tan bella mujer. 
Mi gesto se tornó confuso e incluso más incómodo que antes. 
—¿Disculpa? —alcé una ceja, incrédula. 
—Mi nombre es Kevin. ¿Cuál es el tuyo? 
—¿Qué? —dije confusa—. Acabas de escuchar mi nombre no hace ni 2 minutos... —reí levemente. 
—Bueno... sería descortés por mi parte no preguntarlo aunque lo supiera —se estiró en la silla, haciendo que se balanceara en el suelo. Sólo se sostenía por las dos patas traseras. 
—Vas a caerte... —comenté divertida. Me giré, y dejé de mirarle.
—Todo lo malo siempre conlleva a algo bueno, señorita Adams. 
Reí. 
—¿Qué bueno hay en caerse de la silla? —pregunté con curiosidad.
—Que así llamaría tu atención. Y posiblemente vendrías a socorrerme.
—¿Socorrerte? Te has caído de la silla, no de un quinto piso... 
—Aún no me he caído... 
Me quedé en silencio. 
—¿Cómo te llamas? —volvió a preguntar. Dudé en si de verdad se había enterado, o de verdad le preocupaba ser descortés.
—Susan. Y mi apellido ya lo conoces. 
—Finjo no conocerlo. 
Reí. 
—¿Por qué lo haces?
—Me gusta oír tu voz. 
—Acabas de conocerme —reproché. 
—Eso no es excusa. ¿O sí?
—No lo sé. 
—Entonces es un no.
Me encogí de hombros, intentando no seguirle el rollo. Era el típico payaso de la clase que creía poder ligarse a cualquier chica con su elocuente humor. 
—¿Eres de Forks?
—Obviamente, sí. 
—¿Obviamente? ¿Por qué no podías ser de Londres?
—Espera, espera... Me has liado. No soy de Forks. Vivo en Forks... —me corregí a mi misma. 
Rió. 
—¿Y de dónde eres?
—De Volterra. 
—Oh... Es muy bonito. 
—No sabes dónde está, ¿verdad? —alcé una ceja, presuntuosa.
—No. ¿Se ha notado mucho o qué? 
—Demasiado... 
—¿Dónde está Volterra?
—En Pisa. Italia... 
—Oh.... La Toscana... 
—Lo has dicho a voleo —no fue una pregunta. 
—¿Qué? ¡No! —dijo divertido mientras introducía la mano en su cresta.
—Lo has dicho a voleo... —repetí también divertida mientras no dejaba de mirar la pizarra. 
—Está bien, sí... Lo dije a voleo. Pero aún así te hice reír. 
—No me río de lo que dices... Sino de tu poca inteligencia... —reí.
—¿Me estás llamando tonto? ¿O es que yo soy demasiado lerdo y pienso mal?
—Piensas mal... —pensé que se daría cuenta del tono en el que lo dije, y descubriría que estaba siendo irónica. De pronto gritó en medio de la clase:
—¡Bambino
La clase echó a reír. Me giré y le miré estupefacta. Recorrí la clase hasta posar mi mirada sobre la faceta irritada del profesor Jackson. 
—Váyase fuera de la clase —ordenó el profesor. 
—¡¿Pero por qué bambino?! —dijo mientras se levantaba. 
—¡Váyase fuera de la clase, señor Boyd! —alzó la voz y la clase se giró hacia él petrificada. El chico de pelo oscuro y cresta engominada, me miró y antes de irse comentó por lo bajo: 
—Nos vemos luego, Adams... 
Dejó caer aquellas palabras en un susurro inquietante. Salió de la clase a un paso firme y soberbio. Con la barbilla bien alta. Casi parecía bailar en lugar de andar. Negué varias veces con una sonrisa incrédula y divertida a la vez, por su comportamiento tan descarado. Saqué mi libreta y seguí la clase. Aunque no pude retirar de mis pensamientos aquellos ojos negros tan expresivos. 


martes, 27 de agosto de 2013

Capítulo 4 - Encuentros y accidentes.

El sol estaba a punto de caer. Susan corría desesperada en busca de algo que había perdido en el bosque. Sus pequeñas y cortas piernas no podían hacer mucho por ayudar, y por lo tanto parecía quedarse atrás. Sus cabellos cortos, se batían y sacudían en su espalda. Le faltaba aliento y por si fuera poco sentía un dolor en el pecho. Pero aún así continuó corriendo hacia el interior del bosque, mientras no paraba de escuchar gritos y voces femeninas y masculinas. Apretó los ojos, y las lágrimas resbalaron por sus mejillas, hacia las comisuras de su boca. Cuando llegó a un claro, observó dos cuerpos desgarrados. El corazón se le detuvo momentáneamente al reconocer la voz de su madre y padre gritando con anterioridad y al deducir que fueron ellos los que habían gritado. Se quedó petrificada al ver allí sus cadáveres, y no supo qué hacer. Se llevó las manos a la cabeza, sollozando como nunca antes lo había hecho. No dejó de acelerar y acelerar, necesitaba marcharse de allí e intentar sacar de su cabeza aquellas imágenes tan realmente sádicas. Escuchaba su voz, una voz aterciopelada y seductora. Una voz serena y que desprendía calma y tranquilidad. Se detuvo en seco a final de un acantilado. Pero no fue un movimiento voluntario. Algo la había agarrado fuertemente del brazo y había empujado hacia atrás el cuerpo de Susan impidiendo que éste cayera al vacío. 

¡Suéltame! ¡Tengo que encontrarle! Gritó Susan.
Tranquila, pequeña... Susan abrió los ojos de par en par mientras se quedaba paralizada al oír su voz tan cerca— Tranquila, estoy aquí...
Susan cerró los ojos y giró lentamente su cuello para comprobar que de verdad era cierto aquello. Pero no se encontró más que unos ojos rojos sedientos de sangre. Unos ojos profundos que la miraban de una forma seria e impasible. Unos labios finos empapados en una sangre oscura y coagulada que resbalaba y descendía ligeramente por su cuello. Haciéndole cosquillas. Una tez pálida y cetrina, fría como el hielo. Susan se perdió en el interior de la mirada de Aro dejándose cautivar por ella.
—La sangre de tus padres era tan deliciosa... Me pregunto si... tu sangre será igual de dulce que la de tu madre...
Los ojos de Susan marcaron una expresión de terror, angustia y dolor, todas ellas juntas. Apretó los dientes asustada y bajó la mirada al no poder aguantar la suya y la de su viejo amigo.
—Es una lástima que tengas que vivir tan poco, Susan... Te hubiese gustado pasar tiempo junto a mí... Pero tus padres se interpusieron... Y tú jamás podrás amarme...
—Sólo tengo 5 años —Dijo asustada.
—Una pena...
La agarró del cuello apretando los labios y mirándola fijamente con una mirada de odio y ansia por probar su sangre. Susan se llevó las manos a su garganta, pero se topó con la fría y dura piel de Aro apretándola con fuerza. No podía tragar, y tenía un nudo en el estómago. Incluso náuseas. La vista de Susan se nubló lentamente y lo último que vio fueron los ojos de un demonio... Cayó en un abismo negro y oscuro del que no podía desprenderse. <<¿Aquello era la muerte?>> Pensó inocente. Un tremendo ruido molesto y ensordecedor la atrajo de nuevo a la vida. Abrió los ojos de par en par, estiró su brazo y de un golpe seco, apagó el despertador. Volvió a cerrar los ojos y suspiró lentamente. Su corazón latía con una fuerza descomunal en el interior de su pecho, y estaba empapada en sudor. Volvió a coger aire y lo soltó tranquilamente por la nariz. Se reincorporó sentándose en la cama con las piernas fuera y los ojos aún cerrados. Se separó el pelo de la cara, que considerablemente le había crecido hasta casi el final de la espalda, y suspiró.  
—¿Otra vez con pesadillas? —Dijo una voz masculina. Susan asintió—. Es muy extraño. Creo que deberías ir al médico. No es normal que cada día tengas una.
—No son todos los días —Corrigió Susan, abriendo los ojos y mirando a aquel chico con seriedad.
—Al menos eso me pareció —añadió—. ¿No tenías que ir hoy al hospital?
—¿Al hospital? —frunció el entrecejo achicando los ojos.
—Eso fue lo que mencionaste anoche —Comentó él mientras se movía rebuscando por la habitación de Susan. 
 —¿A qué día estamos hoy?...
—Ehm... 10 de diciembre del 2004. 
Hospital, hospital... —Intentó hacer memoria— Está bien... No. No lo recuerdo.
—Mejor. Porque ya llegas tarde. Son las 7:30 —Sonrió fugazmente.
—Entonces sí será mejor que no lo recuerde... —Se rascó la frente, cabizbaja— Oye, Álex.
—¿Sí? —Dijo mientras se giraba.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? Me estás poniendo nerviosa...
—¡Oh, sí! Perdona... Estoy buscando unas fotografías.
—En mi habitación —no fue una pregunta.
—Hm... Sí. ¿Por qué?
—¿Qué hacen unas fotografías tuyas en mi habitación, Álex? Porque son tuyas... ¿Verdad?
—Me las debí dejar aquí durante mi mudanza.
—¿Mudanza?
—Al cuarto de al lado.
—No sabía que eso también se considerase mudanza... —rió.
—Para mí sí lo es —acompañó su risa.
—Pues encuéntralas cuanto antes y márchate... —se tumbó otra vez en la cama, arropándose.
—¿Vas a dormir otra vez?
—¿Otra vez? —Dijo sin abrir los ojos— No he dormido en toda la noche.
—Técnicamente sí. Sino no hubieras podido tener pesadillas. Eso ya se considera dormir.
—Para mí no lo es —Comentó con una risa leve.
—Deberías ir despertándote ya —Le aconsejó.
—¿Ah, sí? ¿Y eso por qué? —Dijo con un tono aburrido y de poco interés.
—Porque hoy tienes que ir a entregar la matrícula al instituto.
Susan abrió los ojos de golpe y se levantó de un salto. Anduvo descalza con rapidez por toda su habitación buscando con ansias la ropa que había preparado la anterior noche. ¡Ahora lo recuerdo, maldita sea! Se acercó a su ropero apartando a su compañero de piso con dureza. Tenía cita para entregar hoy la matricula del instituto. Era el único que había en el pueblo, y por fin le habían dado la positiva gracias a un alumno que se había ido de Forks a mitad del primer trimestre. Podría entrar si entregaba a tiempo el registro firmado. Llegaba tarde y eso la angustiaba. Ya ni siquiera estaba nerviosa por empezar el nuevo curso y por conocer a las nuevas amistades. Lo único que le preocupaba en ese momento, era encontrar la maldita matricula, y vestirse lo más rápido posible como para llegar en bicicleta hasta el instituto de Forks en menos de 30 minutos.
—¡30 minutos! ¡30 minutos, Álex! ¿No has podido avisarme antes?
—Entré, te removí varias veces y te grité en el oído. Pero ni siquiera te moviste.
Susan se giró y se quedó mirando fijamente la mesita de noche.
—El despertador.
—¿Qué? —dijo Álex extrañado.
—¿Por qué el maldito despertador ha sonado tan sumamente tarde?
Álex se encogió de hombros.
—¡Bueno, está bien! ¿Te importaría salir de mi habitación? Tengo que vestirme y esas cosas, ¿sabes? —fue una pregunta retórica.
—Lo cierto es que no. Creo que me quedaré aquí a opinar qué ropa te favorece más para ir a entregar tu... matricula —sonrió con picardía.
—Álex Grint Carter, —pronunció pausadamente— ¡Fuera de mi habitación ahora mismo! —Señaló la puerta.
—Ahora es mi habitación. Te recuerdo que no me has pagado el alquiler de éste mes.
Bromeó haciéndola enojar, pero Susan no tenía tiempo para bromas en aquel momento. Apretó los labios y apartó a su compañero -que se resistía- hasta la puerta. La abrió y le empujó fuera. Éste se quedó con la palabra en la boca, cuando Susan pegó un portazo en sus narices.
—Mis fotografías...
Álex se quedó tras la puerta, con la boca entreabierta, queriendo decir algo, pero escuchó el pestillo de la habitación, y rió negando levemente con una sonrisa. Susan, por otro lado, se movía intranquila de un lado a otro intentando buscar todo lo necesario. Cogió unos pantalones vaqueros y se los puso dando saltos con tanta rapidez como pudo. Se quitó la camiseta del pijama y se colocó una de manga corta, de color negro, con un estampado de True Blood. Se sentó en la cama y se colocó las converse tan rápido como pudo. Se ató los cordones -no muy bien- y se levantó. Rebuscó entre los cajones de la habitación pero no encontró nada. Álex tocaba de una forma pausada la puerta, pero constante. Y eso parecía poner a Susan más nerviosa todavía. Decidió no hacerle caso y continuar su búsqueda.

—¿¡Dónde están los condenados papeles!? —Se llevó las manos a la cabeza exasperada. Dio un fuerte suspiro, agarró una pequeña mochila y se dirigió a la puerta. Retiró el pestillo, y la abrió de golpe. Para su sorpresa, el muchacho que había estado tocando la puerta en tan repetidas ocasiones, tenía en su mano unos papeles. Susan abrió la boca de par en par, sorprendida y molesta por el comportamiento de su compañero de piso.
—¿Buscabas ésto?
Susan le señaló con el dedo índice de una forma amenazadora. Frunció el entrecejo a más no poder, achicando los ojos y apretando los labios.
Creo que me debes una disculpa —añadió Álex con una sonrisilla de pillo.
Dame esos papeles —ordenó Susan. 
¿Y qué me das a cambio?
¡Álex voy a llegar tarde! ¡Por el amor de una madre!
¿Y qué me das a cambio? —repitió, insistiendo con tranquilidad.
Di mejor: qué no te doy a cambio —dijo enfada.
¿Qué? —contestó confuso.
Si me das esos papeles ahora... no te daré una paliza cuando llegue. Pero si no lo haces... —Álex interrumpió.
—Qué poco convincente ha sonado eso...
—¡Por favor, Alex! ¡¿Quieres que rechacen mi petición?!
—Teeeeen.
Le dijo finalmente él, entregándoselos. Susan los agarró con fuerza y enfado y bajó con rapidez las escaleras de tres en tres. Salió al porche de la casa y cogió la bicicleta de Álex, que no estaba tan oxidada como la suya. Se montó y dobló los papeles en forma de pergamino. Se los guardó en la mochila/bandolera y giró los pedales para empezar a pedalear con más facilidad y comodidad. Salió hacia la carretera y continuó lo más rápido que pudo. La voz de Álex gritándole: <<¡Esa es mi bici!>> desde la ventana, no hizo que se girase, sino que aumentase más la velocidad. Por suerte no había muchos coches circulando y le sería más cómodo. Mantuvo la vista en la carretera, y se permitió el lujo de despistarse un momento para mirar su reloj. Quedaban sólo 10 minutos para que cerrasen la secretaría. Empezar el curso en pleno diciembre no era una idea que le entusiasmara, y para ser sinceros, le asustaba en gran medida. Era consciente de la tremenda suerte que había tenido ésta vez. No era normal eso de que ella tuviera tanta potra en algo. Tenía un trabajo estable en el restaurante de South North Gardens, un restaurante de comida china situado en Sol Duc Way. 


Pero estaba lejos de casa, a unos 20 kilómetros. No tenía el carnet de conducir, y cuando iba con la bici, tenía que levantarse demasiado pronto. Pero al menos le pagaban considerablemente bien. Aunque realmente no fuera eso a lo que quería dedicarse. Siempre le había entusiasmado la idea de ejercer de Psicóloga.
Mientras se perdía en sus pensamientos, y alcanzaba una curva, sintió un fuerte chirrido de las ruedas de un coche intentando parar. Pero el tiempo en Forks siempre era el mismo: Lluvia, lluvia, y más lluvia. La carretera estaba empapada, y una camioneta de color rojo se llevó por delante a Susan y a la bicicleta de Álex. Susan salió despedida de la bici e impactó con el duro asfalto. Se raspó toda la mejilla y la parte de abajo de las palmas de las manos. Se quedó sin respiración un momento y dudó en si estaba o no consciente. La puerta del coche se abrió rápidamente en cuanto consiguió parar, y unas piernas femeninas algo torpes a simple vista, vestidas de unos pantalones vaqueros oscuros, y unas botas de color marrón claro, caminaron hacia Susan.

—¡Cuánto lo siento! Dios mío, perdona... —se llevó las manos a la cabeza—. No te vi venir... El asfalto estaba empapado y... Oh dios mío... ¿Estás bien?
Susan escuchaba las voces. Está bien... No estoy inconsciente... Musitó en su interior. Dio un leve suspiro y en su rostro apareció un gesto de dolor. Se había golpeado la frente y ahora sangraba. Se levantó como pudo. De acuerdo... Tampoco estoy mareada... Alzó la vista y se reincorporó lentamente, con cautela. Miró a la muchacha allí presente, de complexión delgada y cabellos castaño oscuro. Medía aproximadamente un metro sesenta.
—¿Se puede saber en qué estabas pensando?... —dijo Susan.
—Te he dicho que lo siento... —ésta aún seguía nerviosa por el accidente.
—Sí, bueno... No importa. Ahora llegaré tarde —Susan miró la bici, que estaba desparramada por el suelo. Una rueda pinchada, y la otra... la otra ni siquiera estaba en la carretera—. En realidad dudo mucho que ni llegue.
—Puedo llevarte si quieres. Te... te pagaré por los desperfectos...
—Oh, caro que lo harás —asintió seria y firme.
—Ya he dicho que lo siento. Voy a pagar los daños, podrías ser un poco más... amable.
—¿Amable? ¿Amable con la persona que acaba de atropellarme? Perdona si no soy una hipócrita, cariño.
La otra chica se quedó callada, apretó los labios y miró hacia su furgoneta, que apenas se había abollado. Susan comenzó a andar, refunfuñando para sus adentros. Estúpida mocosa... Pero no había sido sólo culpa de aquella chica, sino también de ella. Sin embargo, su orgullo era demasiado fornido. La otra joven se subió en el coche y cerró la puerta. Aquello pareció molestarle a Susan. Escuchó como las ruedas y el suelo se entrelazaban formando una especie de crujido por las piedrecillas de la carretera.
—Oye —contestó la voz del interior del coche al posarse al lado de Susan.
—Oigo.
—¿Quieres que te lleve?
—¿Eso hará que te quedes en paz contigo misma y me dejes en paz?
—S-sí...
—Entonces debería planteármelo.
El coche se detuvo. Susan se giró y lo miró. La chica de dentro del coche parecía indignada. Susan alzó los brazos en símbolo de aceptación y caminó sin más remedio hacia la puerta. La muchacha de dentro abrió y Susan se montó, no muy conforme.
—Está bien. ¿A dónde te llevo?
—Ésta situación es muy extraña. Siempre me la habría imaginado con un tío. No con una... chica.
—He sido yo la que te he atropellado. Y me siento... culpable. Y... no pretendo hacer nada contigo. No pienses tan mal, por favor —su gesto se tornó embarazoso.
—También fue culpa mía —admitió a duras penas.
—Sí.
—¿Sabes dónde está el instituto de Forks?
—El único que hay, sí. Yo estudio allí.
—¿De veras?
El coche arrancó.
—¿Tú también? No te he visto nunca... Aunque acabo de empezar hace poco.
—No... Yo he estado esperando una plaza, y ahora que la tengo necesito entregar la matricula. Espero no llegar tarde —de repente todo se quedó en un silencio incómodo. Hasta que Susan se atrevió a romperlo—. ¿Qué curso estás haciendo?
—Tercer curso.
—Tienes 17 años, entonces.
—Recién cumplidos. Hace tres meses.
—Como yo. Bueno... Yo los cumplí hace técnicamente 2. O uno y medio. No sé muy bien —rió.
—¿De dónde vienes?
—De Phoenix. Arizona.
La conductora se giró y se quedó mirando a Susan sorprendida.
—Vaya... Yo acabo de venir de allí.
—¿Eres de Phoenix?
—No. En realidad soy de aquí, de Forks. Mis padres se divorciaron y fui con mi madre a Arizona.
—Yo he vuelto para estudiar aquí. Mis padres no están divorciados, pero quise emanciparme. Y creo que ellos también deseaban que lo hiciera... —rió.
—Yo he vuelto con Charlie. Mi padre. 
—Espera, espera... —Susan recordó— ¿Tú eres la hija de Charile Swan? ¿El jefe de policía?
—Sí —dijo un tanto confundida.
—¡Tú eres Isabella Swan! —la señaló.
—Bella —apretó los labios y asintió, un tanto incómoda—. Prefiero que me llamen... —Susan interrumpió.
—Sí. Lo sé. Jugábamos juntas de pequeñas. ¿No me recuerdas?
Bella se giró mirando a Susan intentando recordar.
—¿Susan? ¿Susan Adams? —dijo con un tono de sorpresa.
—La misma —sonrió.
—¡¿Cómo estás?! ¡Vaya! ¡Hace años que no nos veíamos!
—Pues... recién atropellada... —bromeó—. Lo sé... Creo que unos... 5 o 6... Yo me mudé de Phoenix hace un año.
—Vaya... Yo hace un par de semanas... —comentó sin despegar la vista de la carretera— Mamá y Phil quieren viajar y yo no quiero ser un parásito para ellos... 
—Dudo que ellos crean que lo seas... Y también dudo que te vean así.
—Prefiero que no les de tiempo a hacerlo... —de nuevo se formó otro silencio, que Susan volvió a romper.  
—Qué casualidad, ¿no crees? Después de tanto tiempo...
Bella asintió con una fugaz sonrisa.
—¿Así que Charlie, eh? —Desvió la mirada hacia la carretera.
—Es un buen hombre.
—Lo sé. Mi compañero de piso trabaja con él. Aunque sólo está de pruebas.
—¿Cómo se llama él?
—Álex Grint. ¿Lo conoces?
—No, la verdad es que no. Hace sólo un par de semanas que vine. Como ya dije.
—Cierto, disculpa.
—No te preocupes.
—¿Cómo son en el instituto? ¿Son agradables? —preguntó Susan.
—Sí. Un poco pesados... Al menos conmigo...
—¿Pesados en qué sentido? —Susan interrumpió los pensamientos de Bella.
—Un poco... acosadores.
—¿Acosadores? —rió.
—Exagerando mucho... —sonrió.
—Yo prefiero más bien todo lo contrario. Me gusta estar sola. Que nadie me moleste. No sé si me entiendes.
—Creo que si. Entonces no has cambiado mucho —la miró.
—No. No soy partidaria de cambiar mi forma de ser. Aunque algunas circunstancias lo hagan necesario.
Bella estaba de acuerdo.
—¿Cómo son los chicos? ¿Hay alguno guapo?
Bella reaccionó rápidamente recordando a uno en el que ella sí se había fijado.
—Sí... Alguno que otro... Pero a mí no me gusta nadie —intentó convencerse a sí misma.
—Oh, ya... Entiendo. No quieres hablar de eso, ¿verdad?
Bella negó apretando los labios con una sonrisa incómoda.
—Tú tampoco has cambiado, entonces. Se nota a leguas cuando quieres dejar un tema zanjado —Susan ideó un nuevo argumento— Me alegro de tener alguien más en Forks. No es un pueblo muy... concurrido.
—3.299 habitantes —añadió Bella con una sonrisa.
—Lo que yo pensaba...
—Ahí está el único instituto de Forks... —Señaló. Bella mientras tanto, aparcaba el coche en el aparcamiento del instituto.
—Muchas gracias, Bella. Nos vemos después de clase, si quieres. Puedo ir a tu casa y... Nos contamos cosas... —rió.
—Me parece bien, supongo. Creo que no tengo planes —dijo Bella mientras bajaba de la camioneta.
—¡Un placer volver a verte! —dijo Susan mientras corría hacia el interior del instituto en dirección a la secretaría. Sujetaba con fuerza la bandolera con las patentes en su interior. Se deslizó rápidamente hasta la ventanita de recepción de la secretaría y alguien la cerró en sus narices.