martes, 27 de agosto de 2013

Capítulo 4 - Encuentros y accidentes.

El sol estaba a punto de caer. Susan corría desesperada en busca de algo que había perdido en el bosque. Sus pequeñas y cortas piernas no podían hacer mucho por ayudar, y por lo tanto parecía quedarse atrás. Sus cabellos cortos, se batían y sacudían en su espalda. Le faltaba aliento y por si fuera poco sentía un dolor en el pecho. Pero aún así continuó corriendo hacia el interior del bosque, mientras no paraba de escuchar gritos y voces femeninas y masculinas. Apretó los ojos, y las lágrimas resbalaron por sus mejillas, hacia las comisuras de su boca. Cuando llegó a un claro, observó dos cuerpos desgarrados. El corazón se le detuvo momentáneamente al reconocer la voz de su madre y padre gritando con anterioridad y al deducir que fueron ellos los que habían gritado. Se quedó petrificada al ver allí sus cadáveres, y no supo qué hacer. Se llevó las manos a la cabeza, sollozando como nunca antes lo había hecho. No dejó de acelerar y acelerar, necesitaba marcharse de allí e intentar sacar de su cabeza aquellas imágenes tan realmente sádicas. Escuchaba su voz, una voz aterciopelada y seductora. Una voz serena y que desprendía calma y tranquilidad. Se detuvo en seco a final de un acantilado. Pero no fue un movimiento voluntario. Algo la había agarrado fuertemente del brazo y había empujado hacia atrás el cuerpo de Susan impidiendo que éste cayera al vacío. 

¡Suéltame! ¡Tengo que encontrarle! Gritó Susan.
Tranquila, pequeña... Susan abrió los ojos de par en par mientras se quedaba paralizada al oír su voz tan cerca— Tranquila, estoy aquí...
Susan cerró los ojos y giró lentamente su cuello para comprobar que de verdad era cierto aquello. Pero no se encontró más que unos ojos rojos sedientos de sangre. Unos ojos profundos que la miraban de una forma seria e impasible. Unos labios finos empapados en una sangre oscura y coagulada que resbalaba y descendía ligeramente por su cuello. Haciéndole cosquillas. Una tez pálida y cetrina, fría como el hielo. Susan se perdió en el interior de la mirada de Aro dejándose cautivar por ella.
—La sangre de tus padres era tan deliciosa... Me pregunto si... tu sangre será igual de dulce que la de tu madre...
Los ojos de Susan marcaron una expresión de terror, angustia y dolor, todas ellas juntas. Apretó los dientes asustada y bajó la mirada al no poder aguantar la suya y la de su viejo amigo.
—Es una lástima que tengas que vivir tan poco, Susan... Te hubiese gustado pasar tiempo junto a mí... Pero tus padres se interpusieron... Y tú jamás podrás amarme...
—Sólo tengo 5 años —Dijo asustada.
—Una pena...
La agarró del cuello apretando los labios y mirándola fijamente con una mirada de odio y ansia por probar su sangre. Susan se llevó las manos a su garganta, pero se topó con la fría y dura piel de Aro apretándola con fuerza. No podía tragar, y tenía un nudo en el estómago. Incluso náuseas. La vista de Susan se nubló lentamente y lo último que vio fueron los ojos de un demonio... Cayó en un abismo negro y oscuro del que no podía desprenderse. <<¿Aquello era la muerte?>> Pensó inocente. Un tremendo ruido molesto y ensordecedor la atrajo de nuevo a la vida. Abrió los ojos de par en par, estiró su brazo y de un golpe seco, apagó el despertador. Volvió a cerrar los ojos y suspiró lentamente. Su corazón latía con una fuerza descomunal en el interior de su pecho, y estaba empapada en sudor. Volvió a coger aire y lo soltó tranquilamente por la nariz. Se reincorporó sentándose en la cama con las piernas fuera y los ojos aún cerrados. Se separó el pelo de la cara, que considerablemente le había crecido hasta casi el final de la espalda, y suspiró.  
—¿Otra vez con pesadillas? —Dijo una voz masculina. Susan asintió—. Es muy extraño. Creo que deberías ir al médico. No es normal que cada día tengas una.
—No son todos los días —Corrigió Susan, abriendo los ojos y mirando a aquel chico con seriedad.
—Al menos eso me pareció —añadió—. ¿No tenías que ir hoy al hospital?
—¿Al hospital? —frunció el entrecejo achicando los ojos.
—Eso fue lo que mencionaste anoche —Comentó él mientras se movía rebuscando por la habitación de Susan. 
 —¿A qué día estamos hoy?...
—Ehm... 10 de diciembre del 2004. 
Hospital, hospital... —Intentó hacer memoria— Está bien... No. No lo recuerdo.
—Mejor. Porque ya llegas tarde. Son las 7:30 —Sonrió fugazmente.
—Entonces sí será mejor que no lo recuerde... —Se rascó la frente, cabizbaja— Oye, Álex.
—¿Sí? —Dijo mientras se giraba.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? Me estás poniendo nerviosa...
—¡Oh, sí! Perdona... Estoy buscando unas fotografías.
—En mi habitación —no fue una pregunta.
—Hm... Sí. ¿Por qué?
—¿Qué hacen unas fotografías tuyas en mi habitación, Álex? Porque son tuyas... ¿Verdad?
—Me las debí dejar aquí durante mi mudanza.
—¿Mudanza?
—Al cuarto de al lado.
—No sabía que eso también se considerase mudanza... —rió.
—Para mí sí lo es —acompañó su risa.
—Pues encuéntralas cuanto antes y márchate... —se tumbó otra vez en la cama, arropándose.
—¿Vas a dormir otra vez?
—¿Otra vez? —Dijo sin abrir los ojos— No he dormido en toda la noche.
—Técnicamente sí. Sino no hubieras podido tener pesadillas. Eso ya se considera dormir.
—Para mí no lo es —Comentó con una risa leve.
—Deberías ir despertándote ya —Le aconsejó.
—¿Ah, sí? ¿Y eso por qué? —Dijo con un tono aburrido y de poco interés.
—Porque hoy tienes que ir a entregar la matrícula al instituto.
Susan abrió los ojos de golpe y se levantó de un salto. Anduvo descalza con rapidez por toda su habitación buscando con ansias la ropa que había preparado la anterior noche. ¡Ahora lo recuerdo, maldita sea! Se acercó a su ropero apartando a su compañero de piso con dureza. Tenía cita para entregar hoy la matricula del instituto. Era el único que había en el pueblo, y por fin le habían dado la positiva gracias a un alumno que se había ido de Forks a mitad del primer trimestre. Podría entrar si entregaba a tiempo el registro firmado. Llegaba tarde y eso la angustiaba. Ya ni siquiera estaba nerviosa por empezar el nuevo curso y por conocer a las nuevas amistades. Lo único que le preocupaba en ese momento, era encontrar la maldita matricula, y vestirse lo más rápido posible como para llegar en bicicleta hasta el instituto de Forks en menos de 30 minutos.
—¡30 minutos! ¡30 minutos, Álex! ¿No has podido avisarme antes?
—Entré, te removí varias veces y te grité en el oído. Pero ni siquiera te moviste.
Susan se giró y se quedó mirando fijamente la mesita de noche.
—El despertador.
—¿Qué? —dijo Álex extrañado.
—¿Por qué el maldito despertador ha sonado tan sumamente tarde?
Álex se encogió de hombros.
—¡Bueno, está bien! ¿Te importaría salir de mi habitación? Tengo que vestirme y esas cosas, ¿sabes? —fue una pregunta retórica.
—Lo cierto es que no. Creo que me quedaré aquí a opinar qué ropa te favorece más para ir a entregar tu... matricula —sonrió con picardía.
—Álex Grint Carter, —pronunció pausadamente— ¡Fuera de mi habitación ahora mismo! —Señaló la puerta.
—Ahora es mi habitación. Te recuerdo que no me has pagado el alquiler de éste mes.
Bromeó haciéndola enojar, pero Susan no tenía tiempo para bromas en aquel momento. Apretó los labios y apartó a su compañero -que se resistía- hasta la puerta. La abrió y le empujó fuera. Éste se quedó con la palabra en la boca, cuando Susan pegó un portazo en sus narices.
—Mis fotografías...
Álex se quedó tras la puerta, con la boca entreabierta, queriendo decir algo, pero escuchó el pestillo de la habitación, y rió negando levemente con una sonrisa. Susan, por otro lado, se movía intranquila de un lado a otro intentando buscar todo lo necesario. Cogió unos pantalones vaqueros y se los puso dando saltos con tanta rapidez como pudo. Se quitó la camiseta del pijama y se colocó una de manga corta, de color negro, con un estampado de True Blood. Se sentó en la cama y se colocó las converse tan rápido como pudo. Se ató los cordones -no muy bien- y se levantó. Rebuscó entre los cajones de la habitación pero no encontró nada. Álex tocaba de una forma pausada la puerta, pero constante. Y eso parecía poner a Susan más nerviosa todavía. Decidió no hacerle caso y continuar su búsqueda.

—¿¡Dónde están los condenados papeles!? —Se llevó las manos a la cabeza exasperada. Dio un fuerte suspiro, agarró una pequeña mochila y se dirigió a la puerta. Retiró el pestillo, y la abrió de golpe. Para su sorpresa, el muchacho que había estado tocando la puerta en tan repetidas ocasiones, tenía en su mano unos papeles. Susan abrió la boca de par en par, sorprendida y molesta por el comportamiento de su compañero de piso.
—¿Buscabas ésto?
Susan le señaló con el dedo índice de una forma amenazadora. Frunció el entrecejo a más no poder, achicando los ojos y apretando los labios.
Creo que me debes una disculpa —añadió Álex con una sonrisilla de pillo.
Dame esos papeles —ordenó Susan. 
¿Y qué me das a cambio?
¡Álex voy a llegar tarde! ¡Por el amor de una madre!
¿Y qué me das a cambio? —repitió, insistiendo con tranquilidad.
Di mejor: qué no te doy a cambio —dijo enfada.
¿Qué? —contestó confuso.
Si me das esos papeles ahora... no te daré una paliza cuando llegue. Pero si no lo haces... —Álex interrumpió.
—Qué poco convincente ha sonado eso...
—¡Por favor, Alex! ¡¿Quieres que rechacen mi petición?!
—Teeeeen.
Le dijo finalmente él, entregándoselos. Susan los agarró con fuerza y enfado y bajó con rapidez las escaleras de tres en tres. Salió al porche de la casa y cogió la bicicleta de Álex, que no estaba tan oxidada como la suya. Se montó y dobló los papeles en forma de pergamino. Se los guardó en la mochila/bandolera y giró los pedales para empezar a pedalear con más facilidad y comodidad. Salió hacia la carretera y continuó lo más rápido que pudo. La voz de Álex gritándole: <<¡Esa es mi bici!>> desde la ventana, no hizo que se girase, sino que aumentase más la velocidad. Por suerte no había muchos coches circulando y le sería más cómodo. Mantuvo la vista en la carretera, y se permitió el lujo de despistarse un momento para mirar su reloj. Quedaban sólo 10 minutos para que cerrasen la secretaría. Empezar el curso en pleno diciembre no era una idea que le entusiasmara, y para ser sinceros, le asustaba en gran medida. Era consciente de la tremenda suerte que había tenido ésta vez. No era normal eso de que ella tuviera tanta potra en algo. Tenía un trabajo estable en el restaurante de South North Gardens, un restaurante de comida china situado en Sol Duc Way. 


Pero estaba lejos de casa, a unos 20 kilómetros. No tenía el carnet de conducir, y cuando iba con la bici, tenía que levantarse demasiado pronto. Pero al menos le pagaban considerablemente bien. Aunque realmente no fuera eso a lo que quería dedicarse. Siempre le había entusiasmado la idea de ejercer de Psicóloga.
Mientras se perdía en sus pensamientos, y alcanzaba una curva, sintió un fuerte chirrido de las ruedas de un coche intentando parar. Pero el tiempo en Forks siempre era el mismo: Lluvia, lluvia, y más lluvia. La carretera estaba empapada, y una camioneta de color rojo se llevó por delante a Susan y a la bicicleta de Álex. Susan salió despedida de la bici e impactó con el duro asfalto. Se raspó toda la mejilla y la parte de abajo de las palmas de las manos. Se quedó sin respiración un momento y dudó en si estaba o no consciente. La puerta del coche se abrió rápidamente en cuanto consiguió parar, y unas piernas femeninas algo torpes a simple vista, vestidas de unos pantalones vaqueros oscuros, y unas botas de color marrón claro, caminaron hacia Susan.

—¡Cuánto lo siento! Dios mío, perdona... —se llevó las manos a la cabeza—. No te vi venir... El asfalto estaba empapado y... Oh dios mío... ¿Estás bien?
Susan escuchaba las voces. Está bien... No estoy inconsciente... Musitó en su interior. Dio un leve suspiro y en su rostro apareció un gesto de dolor. Se había golpeado la frente y ahora sangraba. Se levantó como pudo. De acuerdo... Tampoco estoy mareada... Alzó la vista y se reincorporó lentamente, con cautela. Miró a la muchacha allí presente, de complexión delgada y cabellos castaño oscuro. Medía aproximadamente un metro sesenta.
—¿Se puede saber en qué estabas pensando?... —dijo Susan.
—Te he dicho que lo siento... —ésta aún seguía nerviosa por el accidente.
—Sí, bueno... No importa. Ahora llegaré tarde —Susan miró la bici, que estaba desparramada por el suelo. Una rueda pinchada, y la otra... la otra ni siquiera estaba en la carretera—. En realidad dudo mucho que ni llegue.
—Puedo llevarte si quieres. Te... te pagaré por los desperfectos...
—Oh, caro que lo harás —asintió seria y firme.
—Ya he dicho que lo siento. Voy a pagar los daños, podrías ser un poco más... amable.
—¿Amable? ¿Amable con la persona que acaba de atropellarme? Perdona si no soy una hipócrita, cariño.
La otra chica se quedó callada, apretó los labios y miró hacia su furgoneta, que apenas se había abollado. Susan comenzó a andar, refunfuñando para sus adentros. Estúpida mocosa... Pero no había sido sólo culpa de aquella chica, sino también de ella. Sin embargo, su orgullo era demasiado fornido. La otra joven se subió en el coche y cerró la puerta. Aquello pareció molestarle a Susan. Escuchó como las ruedas y el suelo se entrelazaban formando una especie de crujido por las piedrecillas de la carretera.
—Oye —contestó la voz del interior del coche al posarse al lado de Susan.
—Oigo.
—¿Quieres que te lleve?
—¿Eso hará que te quedes en paz contigo misma y me dejes en paz?
—S-sí...
—Entonces debería planteármelo.
El coche se detuvo. Susan se giró y lo miró. La chica de dentro del coche parecía indignada. Susan alzó los brazos en símbolo de aceptación y caminó sin más remedio hacia la puerta. La muchacha de dentro abrió y Susan se montó, no muy conforme.
—Está bien. ¿A dónde te llevo?
—Ésta situación es muy extraña. Siempre me la habría imaginado con un tío. No con una... chica.
—He sido yo la que te he atropellado. Y me siento... culpable. Y... no pretendo hacer nada contigo. No pienses tan mal, por favor —su gesto se tornó embarazoso.
—También fue culpa mía —admitió a duras penas.
—Sí.
—¿Sabes dónde está el instituto de Forks?
—El único que hay, sí. Yo estudio allí.
—¿De veras?
El coche arrancó.
—¿Tú también? No te he visto nunca... Aunque acabo de empezar hace poco.
—No... Yo he estado esperando una plaza, y ahora que la tengo necesito entregar la matricula. Espero no llegar tarde —de repente todo se quedó en un silencio incómodo. Hasta que Susan se atrevió a romperlo—. ¿Qué curso estás haciendo?
—Tercer curso.
—Tienes 17 años, entonces.
—Recién cumplidos. Hace tres meses.
—Como yo. Bueno... Yo los cumplí hace técnicamente 2. O uno y medio. No sé muy bien —rió.
—¿De dónde vienes?
—De Phoenix. Arizona.
La conductora se giró y se quedó mirando a Susan sorprendida.
—Vaya... Yo acabo de venir de allí.
—¿Eres de Phoenix?
—No. En realidad soy de aquí, de Forks. Mis padres se divorciaron y fui con mi madre a Arizona.
—Yo he vuelto para estudiar aquí. Mis padres no están divorciados, pero quise emanciparme. Y creo que ellos también deseaban que lo hiciera... —rió.
—Yo he vuelto con Charlie. Mi padre. 
—Espera, espera... —Susan recordó— ¿Tú eres la hija de Charile Swan? ¿El jefe de policía?
—Sí —dijo un tanto confundida.
—¡Tú eres Isabella Swan! —la señaló.
—Bella —apretó los labios y asintió, un tanto incómoda—. Prefiero que me llamen... —Susan interrumpió.
—Sí. Lo sé. Jugábamos juntas de pequeñas. ¿No me recuerdas?
Bella se giró mirando a Susan intentando recordar.
—¿Susan? ¿Susan Adams? —dijo con un tono de sorpresa.
—La misma —sonrió.
—¡¿Cómo estás?! ¡Vaya! ¡Hace años que no nos veíamos!
—Pues... recién atropellada... —bromeó—. Lo sé... Creo que unos... 5 o 6... Yo me mudé de Phoenix hace un año.
—Vaya... Yo hace un par de semanas... —comentó sin despegar la vista de la carretera— Mamá y Phil quieren viajar y yo no quiero ser un parásito para ellos... 
—Dudo que ellos crean que lo seas... Y también dudo que te vean así.
—Prefiero que no les de tiempo a hacerlo... —de nuevo se formó otro silencio, que Susan volvió a romper.  
—Qué casualidad, ¿no crees? Después de tanto tiempo...
Bella asintió con una fugaz sonrisa.
—¿Así que Charlie, eh? —Desvió la mirada hacia la carretera.
—Es un buen hombre.
—Lo sé. Mi compañero de piso trabaja con él. Aunque sólo está de pruebas.
—¿Cómo se llama él?
—Álex Grint. ¿Lo conoces?
—No, la verdad es que no. Hace sólo un par de semanas que vine. Como ya dije.
—Cierto, disculpa.
—No te preocupes.
—¿Cómo son en el instituto? ¿Son agradables? —preguntó Susan.
—Sí. Un poco pesados... Al menos conmigo...
—¿Pesados en qué sentido? —Susan interrumpió los pensamientos de Bella.
—Un poco... acosadores.
—¿Acosadores? —rió.
—Exagerando mucho... —sonrió.
—Yo prefiero más bien todo lo contrario. Me gusta estar sola. Que nadie me moleste. No sé si me entiendes.
—Creo que si. Entonces no has cambiado mucho —la miró.
—No. No soy partidaria de cambiar mi forma de ser. Aunque algunas circunstancias lo hagan necesario.
Bella estaba de acuerdo.
—¿Cómo son los chicos? ¿Hay alguno guapo?
Bella reaccionó rápidamente recordando a uno en el que ella sí se había fijado.
—Sí... Alguno que otro... Pero a mí no me gusta nadie —intentó convencerse a sí misma.
—Oh, ya... Entiendo. No quieres hablar de eso, ¿verdad?
Bella negó apretando los labios con una sonrisa incómoda.
—Tú tampoco has cambiado, entonces. Se nota a leguas cuando quieres dejar un tema zanjado —Susan ideó un nuevo argumento— Me alegro de tener alguien más en Forks. No es un pueblo muy... concurrido.
—3.299 habitantes —añadió Bella con una sonrisa.
—Lo que yo pensaba...
—Ahí está el único instituto de Forks... —Señaló. Bella mientras tanto, aparcaba el coche en el aparcamiento del instituto.
—Muchas gracias, Bella. Nos vemos después de clase, si quieres. Puedo ir a tu casa y... Nos contamos cosas... —rió.
—Me parece bien, supongo. Creo que no tengo planes —dijo Bella mientras bajaba de la camioneta.
—¡Un placer volver a verte! —dijo Susan mientras corría hacia el interior del instituto en dirección a la secretaría. Sujetaba con fuerza la bandolera con las patentes en su interior. Se deslizó rápidamente hasta la ventanita de recepción de la secretaría y alguien la cerró en sus narices.

lunes, 12 de agosto de 2013

Capítulo 3 – Nos vamos a Arizona.

31 de octubre de 1994

Habían pasado los años, Susan y Aro seguían viéndose en el bosque, seguían paseando juntos con Ali, aunque éste ya había crecido. Hoy era el cumpleaños de Susan, y su madre le había preparado una tarta de chocolate y vainilla, con unos cuantos profiteroles. Susan había estado recogiendo florecillas durante toda la semana, y las había guardado todas a buen recaudo en uno de los floreros de su habitación, se las iba a regalar a Aro, ya que él también le había prometido un regalo para ese día. Después de remojar por última vez todo el conjunto de flores, agarró un plástico y las precintó con él, como si de un ramo de novia se tratase. No le quedó perfecto, pero ella quedó satisfecha con su trabajo. Bajó a la cocina y allí estaba Lily, junto a Michael, su marido.

—Lily... no sé si podemos permitirnos esto...
—Claro que sí, Michael, no digas bobadas.
—No son bobadas, no llegamos a fin de mes... Esto no es bueno para Susan.
—Por eso mismo, Michael. Es normal que te paguen tan poco. En Aquila Foresta no hay casi trabajo... Es un pueblucho de porquería... Ni siquiera hay colegios estables. Susan necesita buenos estudios. Ya sabes... Conocer nuevos amigos.
—¿Sigue empeñada en su amigo imaginario?...
—Así es. Y no es ese el futuro que quiero para nuestra hija, Michael. ¿Qué mejor regalo que mudarnos de ciudad? —Michael chistó a su mujer.
—Mira ahí está... —dijo en voz baja—. ¡Cariño! ¡¿Cómo está mi pequeña florecilla?! —Michael corrió hacia Susan y la elevó en sus brazos, dando vueltas sobre sí mismo—. Felicidades, mi pequeña —Lily contempló la escena con una sonrisa tierna.
—¡Gracias papá! —Michael la soltó con cuidado en el suelo, y Susan corrió hacia Lily.
—¡Felicidades, cariño! —dijo Lily con entusiasmo—. Ven, siéntate aquí. Tenemos una sorpresita para ti —Lily miró a su marido, y asintió guiñándole un ojo, indicándole que todo saldría bien.
—Cariño... quiero que sepas que esto es solo temporal... Hasta que papá encuentre un buen trabajo, ¿sí?
—¿Qué?... ¿Por qué dices eso papi?... —Preguntó Susan un tanto angustiada.
—Papá y yo hemos decidido que tu regalo sea mudarnos, hija... ¿Siempre quisiste vivir en Arizona, verdad?
—Como ya he dicho antes, eso será sólo provisional, Susan... —Interrumpió Michael.
—O no —contradijo Lily.
—S... sí... —Susan sonrió forzosamente—. Me... me parece muy bien... —Pero entonces le llegaron miles de imágenes y pensamientos en los que Aro estaba siempre presente. ¿Debería dejarlo todo e irse a California? ¿Dejar para siempre su amistad con Aro, su mejor y único amigo?
—No hay más remedio, querido —insistió la madre— además, Susan... Allí te lo pasarás genial. Conocerás nuevos amigos, podrás ir a una mejor escuela...
—Nuevos amigos... —Repitió Susan con pesar.
—¿Por qué no le preguntas a Aro si quiere venir con nosotros? —añadió Michael. Lily le miró con recelo y negó seria.
—¡Sí! Puedo preguntarle hoy...
—Claro que sí, pequeña... —continuó Michael sin hacer caso de las miradas inquisidoras de su mujer, acariciando la cabeza de Susan.
—Bueno, te prometí que si te terminabas todos los espaguetis te prepararía tu postre preferido, y como has cumplido, yo también lo he hecho —Lily se dio la vuelta y sacó de la nevera una bandeja con la tarta. La dejó sobre la mesa con entusiasmo y después sacó un plato repleto de profiteroles.
—¡Profiteroles! ¡Gracias mamá! —Los ojos de Susan se abrieron de par en par.
—¿Le dejarás uno a papá? —Dijo Michael, poniéndole morritos a su hija.
—¡No! —bromeó Susan.
—¡¿No vas a dejarle ni uno a tu pobre papaíto?! ¡Eso está muy mal! ¡Muy pero que muy mal!
—¡Estaba bromeando! —Dijo Susan con una risilla.
—Lo sé, pequeña... —Sonrió su padre.
—Michael, procura que Susan llegue antes de las 20:00. El avión sale a las 22:00 y tenemos que estar una hora antes en el aeropuerto. Voy a preparar las maletas —Michael asintió, mientras sujetaba a Susan en su regazo.
—Mira papá —dijo Susan mientras introducía un trozo de tarta de chocolate en su boca, y se llenaba los dientes de cacao. Sonrió con amplitud para mostrárselos y juntos rieron—. ¡Mira, parece que no tengo dientes!, ¿verdad?
—Pareces una bruja malvada... —Dijo Michael añadiendo un matiz espeluznante a su voz. Susan continuó bromeando, y untó la cara de su padre con el chocolate, se persiguieron el uno al otro por toda la casa, jugando como si fueran los dos niños pequeños—. Susan... si quieres salir un rato a pasear... —Miró su reloj—. Que sea ahora. Tienes que volver antes de las 20:00, como dijo mamá. ¿De acuerdo?
—¡Vale, papá!
—Pero antes lávate los dientes. Que mira cómo te los has puesto... —Dijo su padre riendo levemente. Susan asintió también con una pequeña carcajada. Se lavó los dientes tan rápido como pudo, subió a su habitación, cogió el ramo de flores y bajó de nuevo hasta la entrada.
—¡Adiós, papá!
—¡Cariño! —Interrumpió el padre. Se asomó a la puerta y frunció el entrecejo, confuso—. ¿Para quién es ese ramo de flores?
—Oh... ¿esto? Es para Aro, papá. ¡Él también va a regalarme algo!
—¿Ah sí?... —Dijo dubitativo el padre—. Bien, bueno... Diviértete... Y recuerda: antes de las 20:00, eh. No me hagas salir a buscarte.
—Sí papá... —Respondió Susan con pesadez. Salió, cerró la puerta con vigor y corrió contenta hasta el interior del bosque, donde de costumbre quedaba con su compañero Aro. Llegaba con una hora de antelación, y sabía que tendría que esperarle allí. Tenía buenas y malas noticias. Se iría, pero ya tenía pensado convencerle para que él también viajase junto a ella. Tenía esas esperanzas, y ya se imaginaba sentada en el avión junto a su mejor amigo contándole historias como de costumbre. Podía imaginar sus risas en el avión, y como la azafata les reñía por armar escándalo. Sin darse cuenta, ya estaba a punto de llegar al prado en el que siempre se encontraban, cuando volvió a escuchar el grito de siempre... Pero esta vez era la voz de un hombre. Miró de un lado a otro y se decidió a investigar de dónde procedía aquel grito. Corrió aplastando las hojas otoñales que el tiempo había dejado caer de los árboles que rodeaban aquel bosque, hacía frío. Finales de octubre, y lo más importante, Halloween... Todo el poblado estaba decorado con calabazas y adornos con esqueletos, calaveras, fantasmas, etc. Susan pensó por un momento, que aquel grito se debía a algún grupo de niños que habían asustado a un hombre. Pero era muy improbable que un hombre con aquella voz tan grave se hubiese asustado por unos críos. El corazón de Susan latió con más intensidad al toparse con un cuerpo en el suelo, y una figura vestida de negro, con una casaca negra tapando la mitad del hombre que yacía tirado en la húmeda hierva del bosque. Dio uno pasos hacia atrás y se quedó perpleja, sin saber cómo reaccionar. Chocó con uno de los troncos que le rodeaban y lo hizo crujir. Aquella silueta encapuchada, se giró con rabia, soltando un gruñido, se retiró el capuchón, y en aquel momento, Susan sintió como su corazón se detenía por momentos. Los labios empapados en sangre de aquel hombre, que para ella eran perfectamente reconocibles, acababan de captar la atención de la pequeña. Su vista se desvió momentáneamente hacia el cuello de la víctima de aquel hombre encapuchado, y finalmente se atrevió a mirarle a los ojos. Bajó la mirada frunciendo el entrecejo y curvando los labios. Por la forma que tomaron las fracciones de su cara, se podía apreciar a simple vista que estaba a punto de romper a llorar. Estaba asustada. Su mejor amigo no era quien parecía ser...
—Susan... ¿qué haces aquí?... —Dijo Aro intimidado mientras se limpiaba rápidamente los restos de sangre con la manga de su toga.
—Vete... —Dijo Susan con una voz temblorosa.
—Susan... escúchame, pequeña...
—¡NO! —Gritó Susan.
—Por favor, pequeña... Escúch... —Susan interrumpió.
—¡No quiero escucharte! ¡Tú has matado a ese hombre! Y todos los gritos que se escuchaban siempre eran por tu culpa. Tú mataste a todas esas mujeres...
—Tiene una explicación, mi niña... —Aro se acercó a Susan estirando también su brazo para acariciarla.
—¡No! ¡Cállate! —Susan lanzó al suelo el ramo que con tanto esmero había elaborado para él, y echó a correr pensando en todas aquellas historias que Aro le contaba. Todas tenían sentido ahora... Él era el vampiro de esas leyendas. Todo ese tiempo había estado en peligro constante por su culpa. Podría haberme matado a mí... Pensaba Susan una y otra vez mientras corría envuelta en llantos y lágrimas. Hoy podría haber sido yo la víctima... Y no hubiese vuelto a ver a mis padres... Ni a Ali... Negó varias veces sin dejar de correr, pero las palabras de Aro aún seguían resonando en su pequeña cabeza. “Era un hombre de piel fría, y apresaba a mujeres y hombres para que fuesen sus servidores.” “Nunca quiso ser lo que era, pero no tenía más remedio.” “Bebía oleadas de rubís y carmesís vinos...” “Así pues se mantenía fuerte. Era el encargado de vigilar a todos sus descendientes.” Antes de que se diera cuenta, ya estaba de nuevo frente a su casa, allí estaba Ali, que corrió a por ella al verla sollozando. Ladró un par de veces y Michael salió a ver lo que ocurría.
—¿Qué ocurre Ali? —Se asomó al porche, y allí vio a Susan corriendo hacia él.
—¡Papá! —dijo sollozando.
—¡Susan! —continuó preocupado su padre mientras la cogía en brazos y apoyaba su mejilla en la cabeza de la pequeña—. Ya está mi cielo... ya está... Estás con papá... ¿Qué ha pasado hija mía?... 
—No quiero volver a verle más... —dijo Susan con una voz entrecortada por el llanto.
—¿A quién, cariño?... —Susan no contestó—. Vamos dentro... —Michael acarició el cabello de Susan y entraron los tres en casa—. Ali, vamos... Sabes que Lily no te deja estar dentro de casa. http://25.media.tumblr.com/8f34a115606812e5369d56debceaf6e5/tumblr_mlo6mtF67e1qecd6uo3_r1_500.gif
—Papá déjale aquí... —dijo Susan tartamudeando. Su padre la miró y se dejó cautivar por su llanto.
—De acuerdo... http://24.media.tumblr.com/tumblr_m6fg1t5lQj1qc0mroo1_250.gif ¿Vas a contarme qué ha pasado? —Susan negó cabizbaja—. Ya veo... Han sobrado unos cuantos profiteroles. ¿Quieres unos pocos? Mamá no tardará y cuando estemos en el avión no te dejarán comerlos. —Susan volvió a negar. Después de la escena que acababa de ver, no tenía ningunas ganas de comer nada—. Bueno... Si quieres sube con Ali a tu habitación. Mamá ya ha hecho tus maletas, pero sube por si acaso se le ha olvidado algún juguete. —Esta vez Susan asintió, y se levantó de la silla de la cocina para ir hasta su habitación. Ali la seguía. Se quedó en su habitación en silencio, decepcionada.
—Menudo cumpleaños... —Dijo consternada— no pensé que sería así... Yo lo había imaginado bonito... —Suspiró y se sentó en su cama. La acarició, y se tumbó lentamente sobre ella. Intentó asumir que esa sería la última vez que lo hacía. Cerró los ojos, pero le seguía viendo a él, a sus labios repletos de sangre http://24.media.tumblr.com/babafcfa28ccb5dfb295cf83c4544ed3/tumblr_mmepd0X63c1rxkc3uo1_500.gif Se levantó débilmente, y rebuscó en sus cajones, habían unas cuantas fotografías de cuando ella era más pequeña. Cogió una de ellas, y se quedó mirándola.


—¡Susan! ¡Baja! ¡Mamá ya está aquí! —Gritó su padre desde el porche.
—¡Voy! —Dijo Susan. Fue a coger las demás fotos, las sacó del cajón y las colocó encima de la mesa.
—¡Date prisa o llegaremos tarde!
—¡Sí, papá! —Se quedó mirando las fotos, pero solo le dio tiempo a llevarse la que tenía en la mano. Bajó rápidamente junto a Ali, y se montó en el coche. Se quedó cautivada observando cómo se iban alejando de su hogar. Su vecina la señora Brown, sacudía la mano despidiéndose de ellos. Susan hizo lo mismo, con una sonrisa inapreciable. La señora Brown era una mujer anciana, de cabellos blancos y desordenados. Se quedó observando el coche hasta que desapareció detrás de los árboles, y se alejó de la ventana. Alguien llamó de repente a su puerta. Mostrando un gran entusiasmo.
—Ya va... ¡ya va!... —dijo con una anciana voz. Abrió la puerta, allí estaba un hombre de cabellos oscuros y recogidos. De una tez pálida y cetrina—. ¿Quién es usted? —preguntó extrañada.
—¿Dónde está Susan? ¡Sé que usted sabe dónde está!
—¿Qué? No sé quién es usted, váyase... —La anciana fue a cerrar la puerta, pero éste la detuvo.
—Le he dicho... que dónde está Susan... Y... le aseguro que más le vale que me lo diga... —Le miró con frialdad, y una pizca de odio.
—La familia Adams se acaba de ir.
—¿Irse? ¿Irse a dónde?
—Eso no puedo decírselo. ¿Quién demonios es usted? —lo miró de arriba a abajo.
—¡Por favor tiene que decírmelo! —Agarró los hombros de la anciana, ocasionádole un fuerte dolor, casi sin darse cuenta.
—¡Le he dicho que no lo sé! ¡Suélteme o llamaré a la policía! —Forcejeó la anciana.
—Por favor... Dígame al menos si volverán... —Aro la soltó, y bajó la mirada rendido.
—¡No volverán! ¡Se han ido para siempre! Y no me extraña con la de locos que hay por este pueblo. ¡Acabaré mudándome yo también! —Pegó un portazo y cerró con cerrojo, aunque se quedó observando por la mirilla. El hombre que acababa de aporrear la puerta se había quedado aún más pálido de lo que ya estaba. Se quedó cabizbajo frente a la puerta, hundido y mustio. A los minutos reaccionó, apretando los dientes. Temblaba de la rabia, miró la rendija de la puerta por la que la señora Brown estaba acechándole, y ésta se hizo hacia atrás, apartándose lentamente asustada. Aro se alejó lleno de ira, y fue hacia la casa de Susan. Aporreó la puerta con cólera, pero no obtuvo respuesta.
—¡ABRE, SUSAN! ¡ABRE LA PUERTA! —Gritó, pero continuó sin contestación. Bajó la mirada con enojo y tiró la puerta abajo de una patada. La anciana vigilaba todo desde su ventana, y al ver cómo ese hombre rompía la puerta, corrió a llamar a la policía. Mientras tanto, Aro subió las escaleras con furor y rapidez. La puerta de la habitación de Susan estaba entrecerrada. La abrió de un manotazo, e incluso se abolló con la pared al chocar. Entró colérico y avanzó hasta su armario, lo partió en dos partes, y lanzó las puertas esparciéndolas por la habitación. Gruñía y gritaba con rencor. Giró su rostro hacia la ventana y se quedó pensativo, apoyando las manos en el escritorio. Comenzó a sollozar por primera vez en muchos siglos, y bajó la mirada. Las lágrimas resbalaban por sus frías y pálidas mejillas formando un caminito mojado. Abrió los ojos y se encontró con tres fotografías. Las cogió e hizo un montón. Las pasó una a una, y el ver aquellas imágenes, ocasionó que su llanto aumentase y fuera incluso más doloroso... 



Acarició el rostro de Susan y sonrió tristemente. Desvió su mirada hacia la carretera, unas sirenas policíacas se escuchaban llegar. Aquella odiosa mujer... Apretó los puños y guardó las fotos en su túnica. Atravesó la ventana, y se introdujo rápidamente en el bosque.