El
sol estaba a punto de caer. Susan corría desesperada en busca de
algo que había perdido en el bosque. Sus pequeñas y cortas piernas
no podían hacer mucho por ayudar, y por lo tanto parecía quedarse
atrás. Sus cabellos cortos, se batían y sacudían en su espalda. Le
faltaba aliento y por si fuera poco sentía un dolor en el pecho.
Pero aún así continuó corriendo hacia el interior del bosque,
mientras no paraba de escuchar gritos y voces femeninas y masculinas.
Apretó los ojos, y las lágrimas resbalaron por sus mejillas, hacia
las comisuras de su boca. Cuando llegó a un claro, observó dos cuerpos
desgarrados. El corazón se le detuvo momentáneamente al reconocer
la voz de su madre y padre gritando con anterioridad y al deducir que fueron ellos los que habían gritado. Se quedó petrificada al ver
allí sus cadáveres, y no supo qué hacer. Se llevó las manos a la
cabeza, sollozando como nunca antes lo había hecho. No dejó de acelerar y acelerar, necesitaba marcharse de allí e intentar sacar de su cabeza aquellas imágenes tan realmente sádicas. Escuchaba su
voz, una voz aterciopelada y seductora. Una voz serena y que
desprendía calma y tranquilidad. Se detuvo en seco a final de un
acantilado. Pero no fue un movimiento voluntario. Algo la había
agarrado fuertemente del brazo y había empujado hacia atrás el
cuerpo de Susan impidiendo que éste cayera al vacío.
—¡Suéltame!
¡Tengo que encontrarle! —Gritó
Susan.
—Tranquila,
pequeña... —Susan
abrió los ojos de par en par mientras se quedaba paralizada al oír
su voz tan cerca—
Tranquila, estoy aquí...
Susan
cerró los ojos y giró lentamente su cuello para comprobar que de
verdad era cierto aquello. Pero no se encontró más que unos ojos
rojos sedientos de sangre. Unos ojos profundos que la miraban de una
forma seria e impasible. Unos labios finos empapados en una sangre
oscura y coagulada que resbalaba y descendía ligeramente por su
cuello. Haciéndole cosquillas. Una tez pálida y cetrina, fría como
el hielo. Susan se perdió en el interior de la mirada de Aro
dejándose cautivar por ella.
—La
sangre de tus padres era tan deliciosa... Me pregunto si... tu sangre
será igual de dulce que la de tu madre...
Los
ojos de Susan marcaron una expresión de terror, angustia y dolor,
todas ellas juntas. Apretó los dientes asustada y bajó la mirada al
no poder aguantar la suya y la de su viejo amigo.
—Es
una lástima que tengas que vivir tan poco, Susan... Te hubiese
gustado pasar tiempo junto a mí... Pero tus padres se
interpusieron... Y tú jamás podrás amarme...
—Sólo
tengo 5 años —Dijo asustada.
—Una
pena...
La
agarró del cuello apretando los labios y mirándola fijamente con
una mirada de odio y ansia por probar su sangre. Susan se llevó las
manos a su garganta, pero se topó con la fría y dura piel de Aro
apretándola con fuerza. No podía tragar, y tenía un nudo en el
estómago. Incluso náuseas. La vista de Susan se nubló lentamente y
lo último que vio fueron los ojos de un demonio... Cayó en
un abismo negro y oscuro del que no podía desprenderse. <<¿Aquello
era la muerte?>> Pensó inocente. Un tremendo ruido molesto
y ensordecedor la atrajo de nuevo a la vida. Abrió los ojos
de par en par, estiró su brazo y de un golpe seco, apagó el
despertador. Volvió a cerrar los ojos y suspiró lentamente. Su
corazón latía con una fuerza descomunal en el interior de su pecho,
y estaba empapada en sudor. Volvió a coger aire y lo soltó
tranquilamente por la nariz. Se reincorporó sentándose en la cama
con las piernas fuera y los ojos aún cerrados. Se separó el pelo de
la cara, que considerablemente le había crecido hasta casi el final
de la espalda, y suspiró.
—¿Otra
vez con pesadillas? —Dijo una voz masculina. Susan asintió—. Es
muy extraño. Creo que deberías ir al médico. No es normal que cada
día tengas una.
—No
son todos los días —Corrigió Susan, abriendo los ojos y mirando a
aquel chico con seriedad.
—Al
menos eso me pareció —añadió—. ¿No tenías que ir hoy al
hospital?
—¿Al
hospital? —frunció el entrecejo achicando los ojos.
—Eso
fue lo que mencionaste anoche —Comentó él mientras se movía
rebuscando por la habitación de Susan.
—¿A qué día estamos hoy?...
—Ehm... 10 de diciembre del 2004.
—Hospital,
hospital... —Intentó hacer memoria— Está bien... No. No lo
recuerdo.
—Mejor.
Porque ya llegas tarde. Son las 7:30 —Sonrió fugazmente.
—Entonces
sí será mejor que no lo recuerde... —Se rascó la frente,
cabizbaja— Oye, Álex.
—¿Sí?
—Dijo mientras se giraba.
—¿Se
puede saber qué estás haciendo? Me estás poniendo nerviosa...
—¡Oh,
sí! Perdona... Estoy buscando unas fotografías.
—En
mi habitación —no fue una pregunta.
—Hm...
Sí. ¿Por qué?
—¿Qué
hacen unas fotografías tuyas en mi habitación, Álex? Porque son
tuyas... ¿Verdad?
—Me
las debí dejar aquí durante mi mudanza.
—¿Mudanza?
—Al
cuarto de al lado.
—No
sabía que eso también se considerase mudanza... —rió.
—Para
mí sí lo es —acompañó su risa.
—Pues
encuéntralas cuanto antes y márchate... —se tumbó otra
vez en la cama, arropándose.
—¿Vas
a dormir otra vez?
—¿Otra
vez? —Dijo sin abrir los ojos— No he dormido en toda la noche.
—Técnicamente
sí. Sino no hubieras podido tener pesadillas. Eso ya se considera
dormir.
—Para
mí no lo es —Comentó con una risa leve.
—Deberías
ir despertándote ya —Le aconsejó.
—¿Ah,
sí? ¿Y eso por qué? —Dijo con un tono aburrido y de poco
interés.
—Porque
hoy tienes que ir a entregar la matrícula al instituto.
Susan
abrió los ojos de golpe y se levantó de un salto. Anduvo descalza
con rapidez por toda su habitación buscando con ansias la ropa que
había preparado la anterior noche. ¡Ahora lo recuerdo, maldita
sea! Se acercó a su ropero apartando a su compañero de piso con
dureza. Tenía cita para entregar hoy la matricula del instituto. Era
el único que había en el pueblo, y por fin le habían dado la
positiva gracias a un alumno que se había ido de Forks a mitad del primer trimestre. Podría entrar si entregaba a tiempo el registro firmado.
Llegaba tarde y eso la angustiaba. Ya ni siquiera estaba nerviosa por
empezar el nuevo curso y por conocer a las nuevas amistades. Lo único
que le preocupaba en ese momento, era encontrar la maldita matricula,
y vestirse lo más rápido posible como para llegar en bicicleta
hasta el instituto de Forks en menos de 30 minutos.
—¡30
minutos! ¡30 minutos, Álex! ¿No has podido avisarme antes?
—Entré,
te removí varias veces y te grité en el oído. Pero ni siquiera te
moviste.
Susan
se giró y se quedó mirando fijamente la mesita de noche.
—El
despertador.
—¿Qué?
—dijo Álex extrañado.
—¿Por
qué el maldito despertador ha sonado tan sumamente tarde?
Álex
se encogió de hombros.
—¡Bueno,
está bien! ¿Te importaría salir de mi habitación? Tengo que
vestirme y esas cosas, ¿sabes? —fue una pregunta retórica.
—Lo
cierto es que no. Creo que me quedaré aquí a opinar qué ropa te
favorece más para ir a entregar tu... matricula —sonrió con
picardía.
—Álex
Grint Carter, —pronunció pausadamente— ¡Fuera de mi habitación
ahora mismo! —Señaló la puerta.
—Ahora
es mi habitación. Te recuerdo que no me has pagado el alquiler de
éste mes.
Bromeó
haciéndola enojar, pero Susan no tenía tiempo para bromas en aquel
momento. Apretó los labios y apartó a su compañero -que se
resistía- hasta la puerta. La abrió y le empujó fuera. Éste se
quedó con la palabra en la boca, cuando Susan pegó un portazo en
sus narices.
—Mis
fotografías...
Álex se quedó tras la puerta, con la
boca entreabierta, queriendo decir algo, pero escuchó el pestillo de
la habitación, y rió negando levemente con una sonrisa. Susan, por
otro lado, se movía intranquila de un lado a otro intentando buscar
todo lo necesario. Cogió unos pantalones vaqueros y se los puso
dando saltos con tanta rapidez como pudo. Se quitó la camiseta del
pijama y se colocó una de manga corta, de color negro, con un
estampado de True Blood. Se sentó en la cama y se colocó las
converse tan rápido como pudo. Se ató los cordones -no muy
bien- y se levantó. Rebuscó entre los cajones de la habitación
pero no encontró nada. Álex tocaba de una forma pausada la puerta,
pero constante. Y eso parecía poner a Susan más nerviosa todavía.
Decidió no hacerle caso y continuar su búsqueda.
—¿¡Dónde
están los condenados papeles!? —Se llevó las manos a la cabeza
exasperada. Dio un fuerte suspiro, agarró una pequeña mochila y se
dirigió a la puerta. Retiró el pestillo, y la abrió de golpe. Para
su sorpresa, el muchacho que había estado tocando la puerta en tan
repetidas ocasiones, tenía en su mano unos papeles. Susan abrió la
boca de par en par, sorprendida y molesta por el comportamiento de su
compañero de piso.
—¿Buscabas
ésto?
Susan
le señaló con el dedo índice de una forma amenazadora. Frunció el
entrecejo a más no poder, achicando los ojos y apretando los labios.
—Creo
que me debes una disculpa —añadió Álex con una sonrisilla de
pillo.
—Dame
esos papeles —ordenó Susan.
—¿Y
qué me das a cambio?
—¡Álex
voy a llegar tarde! ¡Por el amor de una madre!
—¿Y
qué me das a cambio? —repitió, insistiendo con tranquilidad.
—Di
mejor: qué no te doy a cambio —dijo enfada.
—¿Qué?
—contestó confuso.
—Si
me das esos papeles ahora... no te daré una paliza cuando llegue.
Pero si no lo haces... —Álex
interrumpió.
—Qué
poco convincente ha sonado eso...
—¡Por
favor, Alex! ¡¿Quieres que rechacen mi petición?!
—Teeeeen.
Le
dijo finalmente él, entregándoselos. Susan los agarró con fuerza y
enfado y bajó con rapidez las escaleras de tres en tres. Salió al
porche de la casa y cogió la bicicleta de Álex, que no estaba tan
oxidada como la suya. Se montó y dobló los papeles en forma de
pergamino. Se los guardó en la mochila/bandolera y giró los pedales
para empezar a pedalear con más facilidad y comodidad. Salió hacia la carretera
y continuó lo más rápido que pudo. La voz de Álex gritándole: <<¡Esa es mi bici!>> desde la ventana, no hizo que se girase,
sino que aumentase más la velocidad. Por suerte no había muchos
coches circulando y le sería más cómodo. Mantuvo la vista en la
carretera, y se permitió el lujo de despistarse un momento
para mirar su reloj. Quedaban sólo 10 minutos para que cerrasen la
secretaría. Empezar el curso en pleno diciembre no era una idea que
le entusiasmara, y para ser sinceros, le asustaba en gran medida. Era
consciente de la tremenda suerte que había tenido ésta vez. No era
normal eso de que ella tuviera tanta potra en algo. Tenía un trabajo
estable en el restaurante de South North Gardens, un
restaurante de comida china situado en Sol Duc Way.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWDySSl5V0N9mzTVy8Nw_CgBSz-XMoM4y80T1MkdW6MICd6t_wc82wZCU-QfzdGT6peMV4ZsZj4L_Y9H-wIL3h6bCLxjIwW2fblg23DFcudhvY2-QalPEVu1pOBsUO02nIEhP0a7TkVSfQ/s640/south-north-gardens.jpg)
Pero estaba lejos
de casa, a unos 20 kilómetros. No tenía el carnet de conducir, y
cuando iba con la bici, tenía que levantarse demasiado pronto. Pero
al menos le pagaban considerablemente bien. Aunque realmente no fuera
eso a lo que quería dedicarse. Siempre le había entusiasmado la
idea de ejercer de Psicóloga.
Mientras
se perdía en sus pensamientos, y alcanzaba una curva, sintió un
fuerte chirrido de las ruedas de un coche intentando parar. Pero el
tiempo en Forks siempre era el mismo: Lluvia, lluvia, y más lluvia.
La carretera estaba empapada, y una camioneta de color rojo se llevó
por delante a Susan y a la bicicleta de Álex. Susan salió despedida
de la bici e impactó con el duro asfalto. Se raspó toda la mejilla
y la parte de abajo de las palmas de las manos. Se quedó sin
respiración un momento y dudó en si estaba o no consciente. La
puerta del coche se abrió rápidamente en cuanto consiguió parar, y
unas piernas femeninas algo torpes a simple vista, vestidas de unos pantalones vaqueros oscuros, y unas botas de color marrón claro, caminaron hacia
Susan.
—¡Cuánto
lo siento! Dios mío, perdona... —se llevó las manos a la cabeza—.
No te vi venir... El asfalto estaba empapado y... Oh dios mío...
¿Estás bien?
Susan
escuchaba las voces. Está bien... No estoy inconsciente... Musitó
en su interior. Dio un leve suspiro y en su rostro apareció un gesto
de dolor. Se había golpeado la frente y ahora sangraba. Se levantó
como pudo. De acuerdo... Tampoco estoy mareada... Alzó la
vista y se reincorporó lentamente, con cautela. Miró a la muchacha
allí presente, de complexión delgada y cabellos castaño oscuro.
Medía aproximadamente un metro sesenta.
—¿Se
puede saber en qué estabas pensando?... —dijo Susan.
—Te
he dicho que lo siento... —ésta aún seguía nerviosa por el
accidente.
—Sí,
bueno... No importa. Ahora llegaré tarde —Susan miró la bici, que
estaba desparramada por el suelo. Una rueda pinchada, y la otra... la
otra ni siquiera estaba en la carretera—. En realidad dudo mucho que ni llegue.
—Puedo
llevarte si quieres. Te... te pagaré por los desperfectos...
—Oh,
caro que lo harás —asintió seria y firme.
—Ya
he dicho que lo siento. Voy a pagar los daños, podrías ser un poco
más... amable.
—¿Amable?
¿Amable con la persona que acaba de atropellarme? Perdona si no soy
una hipócrita, cariño.
La
otra chica se quedó callada, apretó los labios y miró hacia su
furgoneta, que apenas se había abollado. Susan comenzó a andar,
refunfuñando para sus adentros. Estúpida mocosa... Pero no
había sido sólo culpa de aquella chica, sino también de ella. Sin embargo,
su orgullo era demasiado fornido. La otra joven se subió en el coche y
cerró la puerta. Aquello pareció molestarle a Susan. Escuchó como
las ruedas y el suelo se entrelazaban formando una especie de crujido
por las piedrecillas de la carretera.
—Oye
—contestó la voz del interior del coche al posarse al lado de
Susan.
—Oigo.
—¿Quieres
que te lleve?
—¿Eso
hará que te quedes en paz contigo misma y me dejes en paz?
—S-sí...
—Entonces
debería planteármelo.
El
coche se detuvo. Susan se giró y lo miró. La chica de dentro del
coche parecía indignada. Susan alzó los brazos en símbolo de
aceptación y caminó sin más remedio hacia la puerta. La muchacha
de dentro abrió y Susan se montó, no muy conforme.
—Está
bien. ¿A dónde te llevo?
—Ésta
situación es muy extraña. Siempre me la habría imaginado con un
tío. No con una... chica.
—He
sido yo la que te he atropellado. Y me siento... culpable. Y... no pretendo hacer nada contigo. No pienses tan mal, por favor —su gesto se tornó embarazoso.
—También
fue culpa mía —admitió a duras penas.
—Sí.
—¿Sabes
dónde está el instituto de Forks?
—El
único que hay, sí. Yo estudio allí.
—¿De
veras?
El
coche arrancó.
—¿Tú
también? No te he visto nunca... Aunque acabo de empezar hace poco.
—No...
Yo he estado esperando una plaza, y ahora que la tengo necesito
entregar la matricula. Espero no llegar tarde —de repente todo se quedó en un silencio incómodo. Hasta que Susan se atrevió a romperlo—. ¿Qué curso estás
haciendo?
—Tercer
curso.
—Tienes
17 años, entonces.
—Recién
cumplidos. Hace tres meses.
—Como
yo. Bueno... Yo los cumplí hace técnicamente 2. O uno y medio. No
sé muy bien —rió.
—¿De
dónde vienes?
—De
Phoenix. Arizona.
La
conductora se giró y se quedó mirando a Susan sorprendida.
—Vaya...
Yo acabo de venir de allí.
—¿Eres
de Phoenix?
—No.
En realidad soy de aquí, de Forks. Mis padres se divorciaron y fui
con mi madre a Arizona.
—Yo
he vuelto para estudiar aquí. Mis padres no están divorciados, pero
quise emanciparme. Y creo que ellos también deseaban que lo hiciera... —rió.
—Yo
he vuelto con Charlie. Mi padre.
—Espera,
espera... —Susan recordó— ¿Tú eres la hija de Charile Swan?
¿El jefe de policía?
—Sí —dijo un tanto confundida.
—¡Tú
eres Isabella Swan! —la señaló.
—Bella
—apretó los labios y asintió, un tanto incómoda—. Prefiero que
me llamen... —Susan interrumpió.
—Sí.
Lo sé. Jugábamos juntas de pequeñas. ¿No me recuerdas?
Bella
se giró mirando a Susan intentando recordar.
—¿Susan?
¿Susan Adams? —dijo con un tono de sorpresa.
—La
misma —sonrió.
—¡¿Cómo
estás?! ¡Vaya! ¡Hace años que no nos veíamos!
—Pues...
recién atropellada... —bromeó—. Lo sé... Creo que unos... 5 o 6...
Yo me mudé de Phoenix hace un año.
—Vaya...
Yo hace un par de semanas... —comentó sin despegar la vista de la
carretera— Mamá y Phil quieren viajar y yo no quiero ser un parásito para ellos...
—Dudo que ellos crean que lo seas... Y también dudo que te vean así.
—Prefiero que no les de tiempo a hacerlo... —de nuevo se formó otro silencio, que Susan volvió a romper.
—Qué
casualidad, ¿no crees? Después de tanto tiempo...
Bella
asintió con una fugaz sonrisa.
—¿Así
que Charlie, eh? —Desvió la mirada hacia la carretera.
—Es
un buen hombre.
—Lo
sé. Mi compañero de piso trabaja con él. Aunque sólo está de
pruebas.
—¿Cómo
se llama él?
—Álex
Grint. ¿Lo conoces?
—No,
la verdad es que no. Hace sólo un par de semanas que vine. Como ya
dije.
—Cierto,
disculpa.
—No
te preocupes.
—¿Cómo
son en el instituto? ¿Son agradables? —preguntó Susan.
—Sí.
Un poco pesados... Al menos conmigo...
—¿Pesados
en qué sentido? —Susan interrumpió los pensamientos de Bella.
—Un
poco... acosadores.
—¿Acosadores?
—rió.
—Exagerando
mucho... —sonrió.
—Yo
prefiero más bien todo lo contrario. Me gusta estar sola. Que nadie
me moleste. No sé si me entiendes.
—Creo
que si. Entonces no has cambiado mucho —la miró.
—No.
No soy partidaria de cambiar mi forma de ser. Aunque algunas
circunstancias lo hagan necesario.
Bella
estaba de acuerdo.
—¿Cómo
son los chicos? ¿Hay alguno guapo?
Bella
reaccionó rápidamente recordando a uno en el que ella sí se había
fijado.
—Sí...
Alguno que otro... Pero a mí no me gusta nadie —intentó
convencerse a sí misma.
—Oh,
ya... Entiendo. No quieres hablar de eso, ¿verdad?
Bella
negó apretando los labios con una sonrisa incómoda.
—Tú
tampoco has cambiado, entonces. Se nota a leguas cuando quieres dejar
un tema zanjado —Susan ideó un nuevo argumento— Me alegro de
tener alguien más en Forks. No es un pueblo muy... concurrido.
—3.299
habitantes —añadió Bella con una sonrisa.
—Lo
que yo pensaba...
—Ahí
está el único instituto de Forks... —Señaló. Bella mientras tanto, aparcaba
el coche en el aparcamiento del instituto.
—Muchas
gracias, Bella. Nos vemos después de clase, si quieres. Puedo ir a
tu casa y... Nos contamos cosas... —rió.
—Me
parece bien, supongo. Creo que no tengo planes —dijo Bella mientras
bajaba de la camioneta.
—¡Un
placer volver a verte! —dijo Susan mientras corría hacia el
interior del instituto en dirección a la secretaría. Sujetaba con
fuerza la bandolera con las patentes en su interior. Se deslizó
rápidamente hasta la ventanita de recepción de la secretaría y
alguien la cerró en sus narices.